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EUROPEO DE ATLETISMO

Quique Llopis, plata en los agridulces 110m vallas de los Europeos de atletismo

El atleta valenciano logró su mejor marca personal (13,16s) en una final ganada por el italiano Simonelli y en la que Asier Martínez se quedó al pie del podio

Quique Llopis (izquierda), Lorenzo Simonelli (centro) y Jason Joseph (derecha), durante la prueba de 110 metros vallas del Europeo de Atletismo.
Quique Llopis (izquierda), Lorenzo Simonelli (centro) y Jason Joseph (derecha), durante la prueba de 110 metros vallas del Europeo de Atletismo.Mattia Ozbot (Getty Images for European Athlet)
Carlos Arribas

Por la escalera que sube a las gradas altas del Olímpico desciende acelerado Toni Puig, que todavía no ha podido abrazar a su Quique Llopis, al vallista que amamanta generosamente desde niño y que ya crecido, y muy crecido, y su barba empieza ya a espesarse aunque no cumplido aún los 24, acaba de ganar una medalla de plata europea en los 110m vallas, la prueba más ingrata. “Ya ha dado un paso adelante. Un paso sin retorno”, dice el técnico de Gandía. “Bueno, no lo ha dado ahora, ha empezado a darlo después de la caída de Estambul. Y en el Mundial de Budapest del año pasado ya se vio”. Habla Puig de cómo el atleta de Bellreguard, pueblo vecino, superó el golpe en la cabeza que sufrió al tropezar en la última valla de los 60m en la final de los Europeos en pista cubierta en la capital turca y que le dejó tendido, inconsciente en el centro del pabellón. Habla Puig del atleta con cualidades portentosas que hace dos años, en la final de los Europeos de Múnich, se dejó vencer por la presión y la ansiedad. Y habla, sin querer casi, de cómo el atletismo son ciclos, estar arriba, estar abajo, crecer, caer, y superarlo todo. Habla de Asier Martínez, el campeón de Europa en Múnich, a quien quiere más que nadie Llopis, y que, a su lado, en la zona mixta, solloza y se abraza a su entrenador, François Beoringyan, francés de París, que le consuela y le promete que en agosto, cuando los Juegos, le llevará a su barrio en las afueras, y buscará a ver si aún resiste algunos de los grafiti que pintaba en sus paredes cuando era más joven y era Swan, la nube. “Y mejor fallar ahora que en los Juegos”, dice, y recuerda que Asier Martínez, navarro de Zizur Mayor, nacido en el año 2000 como Llopis, ya fue a los 21 años finalista en los Juegos de Tokio. “Eso, claro, si pudiéramos saber cuándo íbamos a fallar”.

No lo sabía Asier, que terminó cuarto (13,45s) en una final que comenzó desastrada, con una salida nula, y el recuerdo de la nula en la final del Mundial de Glasgow en los 60, en marzo, aunque esta vez solo fue castigado con tarjeta amarilla. En la segunda salida, desapareció, se volatizó, el atleta fuerte, duro como una roca, insensible a la ansiedad, que ha ganado tantos títulos, que compite siempre tan bien como lo había hecho dos horas antes en la semifinal, dominatrix. Se durmió en los tacos, salió sin ritmo, derribó vallas, tropezó zopenco, y siempre vio lejos, delante, el duelo de su amigo Llopis con el italiano Lorenzo Ndele Simonelli, nacido en Tanzania hijo de arqueólogo italiano y una mujer tanzana, un fiel reflejo, como McGrath, como Karlström, como tantos jóvenes, de que es posible la sociedad global, el mundo mestizo, sin fronteras ni banderas. Se impuso Simonelli con unos extraordinarios 13,05s, mejor marca europea del año, a un Llopis que con 13,16s, su mejor marca de siempre, entra en el exclusivo reino de los sub-13,20s, la crème de la crème de las vallas mundiales.

“Ya en el mundial de pista cubierta, donde fui cuarto, me di cuenta de que igual 60 no es la mejor prueba que tengo y de que mi nivel competitivo estaba cambiando mucho, tanto física como psicológicamente. Estoy mucho más tranquilo”, dice Llopis, el tatuaje de la frase de Harry Potter, la luz en la oscuridad, siempre en su brazo, y la medalla de Rayo, su perro. “Ahora tengo que asimilar todo y, sobre todo, agradecer a mi familia, a mi entrenador, a todo el mundo, y a Asier sin ninguna duda.

Estoy seguro de que si Asier no estuviese haciendo lo que está haciendo, haya hecho lo que haya hecho esta noche, mi nivel no hubiese llegado a este punto, sin ninguna duda”.

La mejor relación del atletismo español genera también la mayor frustración, la imposibilidad aparente de que ambos sean felices la misma noche, los dos en el podio abrazándose. “El resultado de Quique endulza un poco mi pena”, dice el vallista navarro. “Él sí que ha sacado lo que había que sacar cuando tocaba. En Múnich fue al revés.

En este caso he sido yo solo el que me he inducido al error. Y Quique ha sacado una marca increíble en el momento en el que tocaba”.

Fuera del podio, cuarto y quinto, respectivamente, se quedaron Adel Mechaal y Thierry Ndikumwenayo, los dos españoles con posibilidades de medalla en una final de 5.000m que transitó indecisa, morosa, hasta la última vuelta, hasta que decidió moverse Jakob Ingebrigtsen, el fenómeno noruego, gran favorito y ganador con 13m 20, 11s. Tras él pelearon el británico George Mills (segundo, 13m 21,38s) y el suizo Dominic Lobalu (tercero, 13m 21,61s) con los dos españoles, sin gas ya en la recta final. Mejor impresión causó el sorprendente velocista barcelonés Guillem Crespí, finalista sorprendente en los 100m victoriosos del local Marcell Jacobs (10,02s) y quinto final con 10,18s, su mejor marca de siempre. Tan buena casi como los tres del 800m, Álvaro de Arriba, Moha Attaoui y Adrián Ben, clasificados para la final del domingo (22.27).

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.
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