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Roglic se lleva el día del algodón en la Vuelta a España

El esloveno, secundado por Mas y Landa, impone su ley en la primera etapa escarpada, la criba inicial de los favoritos

Roglic Vuelta a España
Van Eetvelt (Lotto) levanta el brazo antes de la meta, momento en el que Roglic se lleva la etapa.Javier Lizón (EFE)
Jordi Quixano

Mandíbulas apretadas, últimos arreones sobre la bici, pedaladas con el alma más que con las piernas y, de repente, la sangre que no llega al cerebro. Eso le sucedió a Van Eetvelt (Lotto), que, cuando estaba a punto de cruzar la meta, levantó el brazo derecho como símbolo de la victoria, toma ya. Y toma decepción. Más que nada porque en esas décimas de segundo de festejo inútil, acaso para guardar la foto, probablemente se esfumó su oportunidad; apareció Roglic, caníbal él, y le privó del laurel y de la alegría, también le explicó que en el deporte, como en la vida, hay que luchar hasta el final. Fotofinish para el esloveno, para el tricampeón de la Vuelta, para el más fuerte. A su estela, Mas, Landa y Almeida, los otros candidatos de buenas a primeras, al tiempo que quedan desdibujados por sorpresa corredores como Carapaz, Carlos Rodríguez y Kuss, toda una bofetada de realidad.

Resulta que al cuarto día se miró hacia arriba. Después de una contrarreloj escueta y tras dos jornadas en la que el calor ralentizó la carrera, donde el pelotón, por más que sudara la gota gorda, ni siquiera se preocupó en evitar las fugas porque se sabía que todo acabaría al sprint, dolce far niente sin sorpresas ni más alegrías que las que proporcionaron el Euskaltel y el Kern Pharma como los animadores del cotarro, a los ciclistas les entró el baile de San Vito por lo que estaba por llegar, por el sinuoso e imperial Pico Villuercas; 14,6 km de puerto con un desnivel acumulado de unos 1.000 metros y una pendiente media del 6,2%, aunque con tramos rompepiernas del 20%, de esos que te hacen preguntar por qué escogiste la bici. Era el día del algodón, el día que diría a las bravas quién estaba para competir por la Vuelta. Y Roglic aclaró que le sobran piernas.

Fue una jornada de esas en las que los equipos desaprobaron el azar, todos preocupados en argumentar que sus líderes estaban listos para hollar la Vuelta. Así, el pelotón ya no permitió las primeras intentonas de fuga, corredores de ambiciones hendidas, esos que sugerían que una buena escapada podría terminar en final feliz, pues la etapa se escarpaba, los puertos se sucedían, la meta se soñaba. Nanay. Hubo, en cualquier caso, una caída masiva en la que Ineos salió el peor parado, entre ellos su primera espada Carlos Rodríguez. También, claro, hubo cinco jinetes solitarios que aprovecharon las primeras rampas para abrir brecha -Armirail (FDJ), Zana (Jayco), Pablo Castrillo (Kern Pharma), Bizkarra (Euskaltel) y Moniquet (Lotto), nuevo maillot de la montaña para disgusto de Maté-, para disfrutar de tres minutos de ventaja. Lo que permitió Bora, los compinches de Roglic. Quedaban muchos kilómetros de tierra árida salpicada de olivos y espiga, zonas de caza, graneros y ganado, calor y más calor. Luego, pueblecitos que aderezaban la carretera, balcones adornados con hojas de almendros, bares de toda la vida, señoras y hombres refugiados en la sombra, muchos de ellos sentados en sillas de plástico para saludar con ilusión a los coches de la organización que eran la avanzadilla, para aplaudir después con alborozo a los esforzados corredores.

Pero no era día para reconfortarse con los lugareños sino para mirar hacia arriba, ya en las faldas del risco de los horrores, entonces con solo dos fugados (Castrillo y Almirail) a menos de dos minutos, con el Bora apretando el paso para que Roglic dijera esta es la mía. Aunque fueron muchos los que quisieron participar de la fiesta: Movistar trabajando para Mas; EF para Carapaz; UAE para Almeida; y sin noticias del Visma. Costó, en cualquier caso, que cogieran un ritmo diabólico, que deshilachara y desfondara al pelotón, que exprimiera las piernas, que quemara los pulmones. Hasta que se llegó a los últimos ocho kilómetros, cuando se subieron los decibelios; hasta que se alcanzaron los últimos cinco, entonces reinado de UAE, el equipo más potente del pelotón, el que absorbió a los fugados, el que quiere completar el trébol con Almeida tras la epopeya de Pogacar con el Giro y el Tour; y hasta que faltaron tres, cuando Sivakov reventó la carrera, escapada efímera pero corte al canto, la selección natural de los favoritos.

Soprendió Felix Gall (AG2R) al abrir brecha, pero Roglic, molinillo de piernas, decidió poner su ritmo y allá verán los demás, suficiente para darle caza y quedarse con Mas y Van Eetvelt como únicos compañeros de viaje. Caras desencajadas, bici de un lado a otro porque la pendiente, rugoso el asfalto, se las traía, y margarita deshojada, pues solo Almeida y Landa, que llegaron en última instancia por detrás, levantaron el dedo para pedirse disputar la Vuelta. Landa, incluso, se atrevió con un sprint al final. Pero se quedó corto. Lo mismo que le sucedió a Van Eetvelt, quizá porque lo celebró antes de tiempo. Pero el día del algodón, el de la criba, el de aquí estoy yo, fue para Roglic.

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