Y más de dos años después, Nadal pisa otra final
El mallorquín remonta al 130º del mundo, Ajdukovic, y confirma la respuesta positiva de su físico (4-6, 6-3 y 6-4, en 2h 11m) antes del desenlace contra Borges
Celebra con efusividad Rafael Nadal este último triunfo en Bastad, el 4-6, 6-3 y 6-4 (en 2h 12m) logrado este sábado contra el meritorio Duje Ajdukovic, quien pese a su condición de pseudonovel (130º del mundo) ha rebatido al gigante de principio a fin; festeja el balear, por supuesto, el regreso a una final, cota que no alcanzaba desde hacía más de dos años (Roland Garros); tampoco conseguía encadenar cuatro triunfos sucesivos desde la misma fecha, cuando su abdominal le ordenó frenar en las semifinales de Wimbledon; y sonríe también el mallorquín porque este domingo (14.00, Movistar+) se medirá con el portugués Nuno Borges (51º del listado, 6-3 y 6-4 a Thiago Agustín Tirante) en busca de un trofeo que se le niega desde aquella última coronación en París. No hay, sin embargo, mejor noticia para él que la deparada por su estado físico. Hoy por hoy, su cuerpo reacciona positivamente. Y eso es oro.
“Ha sido un partido muy duro. El rival tenía uno de los mejores reveses contra los que he jugado nunca. Estaba intentando mandarle al fondo, pero era muy difícil. Al final he encontrado la forma de sobrevivir y de volver a una final después de mucho tiempo, así que son buenas noticias. Estoy muy feliz”, desliza el tenista español tras reducir a Ajdukovic en otra jornada a remolque y con curvas, sin la extensión de la anterior —las cuatro horas invertidas para rendir al argentino Mariano Navone—, pero igualmente comprometida. Set y rotura en contra, Nadal ha conseguido otra vez darle la vuelta a la situación, y poco a poco va reencontrando todos esos intangibles que tanto cuestan adquirir y que, por básicos que sean, tienen una relevancia trascendental. Tan simple (y tan complejo) todo como jugar, competir, tener continuidad. Eso sí, con cabeza: el dobles que debía disputar a continuación con Casper Ruud, descartado.
“Estoy en este proceso de recuperar muchas cosas que he perdido por mis lesiones y por la operación de hace un año. Y estoy luchando. Partidos como este y el de ayer [contra Navone] ayudan a mejorar, pero intentaré jugar un poco mejor mañana”, prorroga el de Manacor, sabiendo que el margen de crecimiento en el juego es muy generoso —linealidad, timing y posiciones, sobre todo—, pero que a la vez va reencontrándose con esa eterna sensación de saber cómo destrabar los duelos, así como la de jugar un día tras otro. Ya ha enlazado tres compromisos consecutivos —el estreno contra Leo Borg fue el martes, por lo que disfrutó de un día de descanso en la transición hacia la segunda escala— y su chasis no se resiente. Inmejorable noticia, pues, para un competidor que a los 38 años puede encontrar en cada maniobra (y en cada intervención) un final indeseado.
Consciente de los riesgos y aceptando los elevados peajes que exige la veteranía, Nadal continúa hacia adelante y son ya 72 finales en tierra batida a lo largo de su carrera. Solo Guillermo Vilas (76) disputó más. No obstante, antes de que él selle el acceso, Adjukovic piensa que tiene poco que perder, o mucho que ganar en realidad. Y su ejercer, silencioso y sobrio de principio a fin, es tan discreto como su hoja de servicios. Transmite la ficha de la ATP que solo ha logrado cinco triunfos en el circuito —en los 13 partidos que ha disputado hasta ahora— y que no logra franquear la barrera clasificatoria para acceder a los cuadros de los torneos; frecuenta, por tanto, esa esfera anónima de los challengers, donde tantos y tantos bregan a diario en busca del acceso al top-100 y, sobre todo, de un porvenir profesional.
AS. GOOD. AS. IT. GETS. 🤯@RafaelNadal #NordeaOpen pic.twitter.com/FDta5hznBZ
— Tennis TV (@TennisTV) July 20, 2024
El joven croata, de 23 años, camina parsimonioso e inalterable por la pista, y desde su magnífica planta (1,88) va sacándole partido a la fatiga que arrastra Nadal. El mallorquín, 15 años mayor que su rival, siente de arriba abajo las cuatro horas invertidas la tarde anterior y se topa con un revés muy dañino que le sorprende. Cede el primer parcial y entrega el primer turno de servicio en el segundo, pero a Adjukovic —presente en solo un torneo ATP este curso, Houston— le pesa la situación y su fiabilidad empieza a menguar; en la red se le ven las costuras, peca de ingenuo —midiendo mal un en un par de globos y dejando pasar una bola que claramente entraba— y tácticamente se desordena. Es ahí donde Nadal definitivamente toma las riendas y recupera terreno, pero no sin otra desconexión. En la tercera manga, del 3-0 al 3-3, aunque el arreón final aplaca los manotazos del croata y le guía hacia el desenlace del torneo.
La mente, como él mismo señala, va y viene. Son demasiados días sin jugar. Tampoco termina de llegar la velocidad de crucero en los intercambios, pero a cambio abraza otra final —de peso relativo, cuarta categoría (250), pero final al fin y al cabo— y disfruta de una excelente novedad: su maltrecho físico está respondiendo al esfuerzo continuado, que en el fondo es lo que buscaba. Y lo hace a las puertas de sus últimos Juegos.
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