El Tercer Mundo gitano
HACE CUATRO años, el Ayuntamiento de Madrid abrió un foso en tomo al poblado gitano de Vicálvaro -300 chozas- y colocó policía a la entrada para vigilar todos los movimientos de sus habitantes. Tras una larga aventura judicial, el Supremo ha fallado a favor de los discriminados, y utiliza en su sentencia palabras duras contra los concejales que ordenaron el cerco: prejuicios, racismo, discriminación, violación de los supuestos de igualdad y de la presunción de inocencia. El foso se ha cerrado ya con montones de basura -¿qué otra cosa pueden merecer?-, y los gitanos pueden estar satisfechos: seguirán viviendo sin alcantarillado ni agua, sin alumbrado y con techos de cartón. El Supremo, al reconocer en la sentencia sus razones, explica que se trata de"un desigual trato gravísimo para dicha comunidad, que incide sobre su menor calidad de vida y escasísima alfabetización, y mucho más agravado por la crisis económica que el resto de la sociedad española". De esta forma, comprende no sólo el caso de Vicálvaro, en el que es más flagrante que la discriminación la haga un ayuntamiento que debía estar impregnado de doctrina igualitaria, sino a las numerosísimas islas de gitanos en toda España, impulsados a la trashumancia por los vecinos payos y sus autoridades, pocas veces admitidos en las escuelas públicas, y, cuando lo son, ahuyentados por los otros alumnos y sus padres, y a veces por algún profesor; en caso no lejano, quemadas sus casas por las gentes de orden.Tiene esta sentencia del Supremo el valor de sentar jurisprudencia y permitir que en cada caso parecido los gitanos o quienes les representan -ahora, la entidad Presencia Gitana- puedan acudir a las autoridades judiciales; lo cual puede significar, en el mejor de los casos, una espera de varios años para ver reconocido su derecho, si no se producen actuaciones de otro tipo: amenazas físicas, por ejemplo. Porque el problema actual no es tanto de Constitución o justicia, sino de una mala adaptación de la sociedad a quienes mantienen un hecho diferencial con respecto a ella. La segregación en cuanto a viviendas, puestos de trabajo, escuelas o puntos de venta callejera sigue funcionando y va a ser difícil que cese.
La justificación que las buenas personas dan de estas actitudes es un encubrimiento de la realidad: se dice que son errantes por naturaleza, que se inclinan a la delincuencia, que son sucios y que no conocen ni respetan las leyes de la convivencia. Al mismo tiempo, se toman las medidas colectivas para que eso sea así y para que no tengan otra salida en la vida. Y el círculo de la discriminación se cierra satisfactoriamente para los discriminadores.
Valgan los gitanos para el baile y el cante, o para el boxeo, o para el humilde espectáculo de la cabra y la mona, como los negros norteamericanos valen para el jazz y para el boxeo: una salida para ser estrellas es la única alternativa que tienen a la miseria máxima.
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