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Retrato de García Márquez

Juan Luis Cebrián

El Círculo de Lectores publicará en las próximos días, en la colección Galería de Grandes Contemporáneos, un retrato del escritor Gabriel García Márquez realizado por Juan Luis Cebrián, del que ofrecemos un fragmento. La vida del novelista que ha obtenido el Premio Nobel, periodista, crítico y guionista, ha sido vista a través de la pluma de otro periodista y narrador, como es el caso del que fue el primer director del diario EL PAÍS, del que actualmente es consejero delegado.

Es insoportable el calor en Managua este mes de enero de 1985. Daniel Ortega acaba de tomar posesión como presidente de Nicaragua y Gabriel García Márquez y yo hemos sido testigos de privilegio del acto, invitados al viaje por Fidel Castro, a quien acompañamos en avión desde La Habana. A 40 grados a la sombra, en una planicie cercana a la capital nicaragüense, nos sentirnos desbordados por la procesión de coches a toda velocidad que transporta la comitiva del dirigente cubano, entre una nube de jóvenes revolucionarios sandinistas alzados, todavía visiblemente, en armas.Nos habíamos conocido a mediados de la década de los setenta, una noche en que Gabo se acercó por el periódico. Le invité a, cenar junto con otros amigos y descubrimos mutuamente nuestras afinidades, esas que él determina como el origen de toda amistad. Desde entonces a hoy nos hemos encontrado decenas de veces en Barcelona, en Menorca, en La Habana, en Managua, pero sobre todo en Madrid, adonde viaja al menos una vez al año desde que aprendió que la movida era algo más que un invento de la prensa, y empezó a sospechar que simbolizaba el renacer de todas esas cosas buenas que él conoció, y echa ahora de menos, en su antigua y querida Barcelona.

Barcelona y Madrid son, en cualquier caso, los dos polos de atracción española de este caribeño avecindado ahora en México y residente con frecuencia en La Habana, en una de las casas de protocolo que el Gobierno mantiene para huéspedes distinguidos y donde el comandante se deja caer, de madrugada, cuando la mesa de la cena ya se ha levantado y se han ido los otros comensales.

García Márquez es verdaderamente un buen amigo de Fidel Castro. Eso le ha permitido a veces realizar tareas de Estado, hacer encargos, traer y llevar mensajes con discreción, que es algo que le encanta y que lo mismo cumple con Mijail Gorbachov que con Felipe González, Belisario Betancur o Carlos Andrés Pérez. Esta vecindad de las gentes del poder parece producirle un doble sentimiento. De un lado, la admiración por los personajes, más que por sus políticas, y sobre todo por los caudillos latinoamericanos que se enfrentaron al yanqui, de entre los que destaca la figura atrabiliaria y portentosa de Omar Torrijos. De otra parte, la decisión efectiva de mantenerse él mismo lejos de los centros de poder, de querer ser un ciudadano como los demás, capaz de observar sin ser observado.

Popularidad

Ilusión imposible. Difícilmente se puede creer que exista un escritor en el mundo cuya efigie sea tan familiar a las gentes de tantos países, al menos en España y en la América hispana. Gabo disfruta con la popularidad o, mejor dicho, disfrutó en su tiempo. Ahora parece que comienza a pesarle no poder comprar un par de calcetines en una mercería de Mahón sin que la dependienta le regale con una mirada cómplice y una frase en tono conspirativo: "Le hemos reconocido, pero no se preocupe, sabemos que está de incógnito". Cuando llega a un restaurante, las librerías de alrededor agotan sus existencias de libros de García Márquez y se forma una enorme cola de comensales y camareros en tomo a su mesa pidiendo "una dedicatoria para mi hija, que estudia filología, ¿sabe usted?, y le dará una alegría inmensa".Hasta hace bien poco Gabo cumplía el rito con toda profesionalidad y aun con un asomo de satisfacción en la cara. No he conocido un escritor más consciente de lo que implica el acto creativo como comunicación con los demás, ni más eficaz a la hora de dedicar horas 31 horas a la corrección de las pruebas de sus obras, ni más pendientes de la comercialización de éstas, sabedor din duda de que la vida del Ebro comienza cuando has terminado de escribirlo.

Hermético y transparente a la vez, Gabriel García Márquez vive la categoría incómoda de los mitos vivientes. A, sus 61 años, lleva arrastrando el Nobel durante casi una década. Si no es inmensamente rico es, cuando menos, millonario, no sólo en popularidad. Tiene acceso a los poderosos de la tierra, se codea con jefes de Estado y primeros ministros de medio mundo, pero no por eso ha dejado de ser un personaje familiar, íntimo, entrañable, para millones y millones de sus lectores.

Había comenzado su carrera periodística allá por el año 1948 en El Universal, periódico de Cartagena de Indias, aunque comenzó a dar a conocer su firma, un año antes, con un relato que publicara en El Espectador.

Hijo de un radiotelegrafista de Aracataca, villorrio cuyas reverberaciones son fáciles de encontrar en la historia de Macondo, la ciudad fantástica de los Cien años de soledad, de niño fue entregado al cuidado de sus abuelos y tías y no conoció a sus padres prácticamente hasta que tenía cumplidos los cinco años.

Entre mujeres

Su infancia transcurrió mayormente entre mujeres, con la excepción de la figura soberbia y protectora de su abuelo, el coronel Nicolás Márquez, que ejerció una influencia considerable en el Gabito que rompía a hablar y andar, a conocer el mundo y a discurrir sobre él, de la mano de aquel patriarca familiar. Muerto éste y retornado el nieto al hogar materno, lo envían sus progenitores a un colegio de Barranquilla, y posteriormente a Zipaquirá. O sea que, desde muy pequeño, comenzará una especie de vida trashumante, de una casa a otra, de un localidad a otra localidad, en una especie de premonición de lo que sería su existencia futura. Viajar ha sido la forma de vida elegida por García Márquez casi desde que vio la luz por vez primera.Su evolución vital se confunde, por lo demás, casi de continuo con su quehacer como reportero, corresponsal o enviado especial de diferentes periódicos y agencias. En esto no es muy diferente a la de otros grandes escritores que han sabido compaginar periodismo y ficción o que han saltado de uno a otra y vuelto a regresar sin aparente dificultad en el cambio. Ernest Hemingway o Graham Greene son dos ejemplos sobresalientes de esto que digo,- aunque sin duda Charles Dickens ocupa el lugar de honor de todos cuantos puedan citarse.

En realidad, desde que la prensa existe es dificil encontrar un escritor de éxito que no haya practicado el reporterismo o el columnismo de opinión y que no haya sucumbido a la fascinación de los diarios. Pero el caso de Gabo es peculiar. Su trayectoria como periodista profesional (de El Universal a El Heraldo, y de éste a El Nacional de Barranquilla, donde fue redactor jefe durante un tiempo para acabar en El Espectador de Bogotá, con el inolvidable Guillermo Cano de director, víctima años después de la violencia de los narcotraficantes) avala a García Márquez como un consumado experto en todos los géneros periodísticos.

La entrevista, el artículo de fondo, la columna de opinión, la crónica de viajes y el reportaje de investigación son practicados por él ya en ese período de su vida, y lo hace compaginando su actividad de periodista con la de narrador. Posteriormente le veremos de enviado especial en Europa y aun de corresponsal de una agencia noticiosa (Prensa Latina) en Nueva York. Pero ya en los comienzos de su carrera se había visto envuelto en la aventura de fletar una revista (Crónica), de la que fue redactor jefe, y de dirigir una especie de periódico alternativo que apenas duró seis días y que, como muestra evidente de su voluntad de ser parco, se llamaba Comprimido.

Aunque Gabo asegura que su verdadera vocación es el cine, al que se ha dedicado en los últimos años como presidente de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano y profesor de guionistas en la Escuela de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (Cuba), cabe sospechar que su auténtico amor son los diarios. De modo que cuando en 1982 recibió el Premio Nobel de Literatura (20 millones de pesetas de la época), decidió emplear el dinero del mismo en la fundación de un periódico bogotano al que había bautizado ya con la surrealista cabecera de El Otro. "Ya tengo el 51 % de lo que se necesita", declaró entonces a la prensa.

Monstruo

Durante más de un año García Márquez viajó repetidas veces a Madrid y envió colaboradores suyos a las redacciones de diversos diarios europeos. El Otro pretendía ser, precisamente, lo que su propio nombre indicaba: las noticias vistas desde otro punto de vista al que la prensa institucional colombiana tenía acostumbrado al lector. En la jerga periodística, las maquetas o los proyectos de nuevas publicaciones reciben el apelativo de monstruos; pues bien, el monstruo que Gabo intentaba poner en circulación nunca vio la luz. "Es muy caro sacar un diario", me decía en una de sus muchas visitas a España. "Y en Colombia no están las cosas nada fáciles". En realidad estaban más que dificiles para él. Acusado de colaborar con la guerrilla del M-19 durante la presidencia de Turbay Ayala, el escritor vivía prácticamente exiliado en México por razones de seguridad. La llegada al poder de su amigo Belisario Betancur devolvió a los colombianos la presencia de su compatriota más universal, de modo y rnanera que durante un par de años García Márquez estuvo tentado de avencindarse en su país, ilusionado sobre todo con el proyecto de sacar un periódico a la calle. En 1984, y ya prácticamente abandonada esta idea, se instaló en Cartagena de Indias para terminar El amor en los tiempos del cólera.Un año más tarde se autoexilia definitivamente de Colombia, donde crecen las amenazas contra él y las acusaciones de sectores del ejército. El ambiente político se había hecho irrespirable para Gabo, que llegó a temer seriamente por su integridad personal. A partir de entonces instala de nuevo su residencia en México con escapadas frecuentes a Cuba y España. El Otro duerme ahora el sueño de los justos, o aguarda la gracia en el limbo de los nonatos, esperando quizá tiempos mejores para todos.

Sin embargo, es imposible imaginar que la prosa de Gabo hubiera podido existir sin su previa formación periodística. Ejemplo formidable de ello resulta su famoso Relato de un náufrago, publicado en abril de 1955 en El Espectador y donde el escritor narraba en 14 entregas las memorias del superviviente de un grupo de marineros que cayeron al mar desde la cubierta de un destructor de la Armada colombiana. La publicación del escrito causó un considerable revuelo, pues entre otras cosas se desvelaba en él que el barco llevaba a bordo contrabando de electrodomésticos. García Márquez fue catapultado definitivamente a la fama con este reportaje.

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