En la encrucijada
Cuando las medidas políticas de Occidente hayan tenido éxito, dos naciones poderosas competirán por la hegemonía en Europa central y oriental: Rusia y Alemania. Las instituciones del Atlántico norte con que ahora contamos no están en condiciones de enfrentarse con este futuro y se les debe dar la misma importancia y atención que a la ayuda a Rusia; de hecho, la política europea y la política rusa son sólo dos caras de la misma moneda.La OTAN es el único lazo formal entre América y Europa. Sin embargo, las premisas que animaron su fundación han perdido vigencia. Cuando la OTAN se creó, las tropas soviéticas, con capacidad, se suponía, de invadir toda Europa occidental, se encontraban a la orilla del Elba, en una Alemania dividida. Poco después, Europa hubo de enfrentarse con una amenaza nuclear soviética cada vez mayor. Europa, recuperándose apenas de la guerra, no podía pensar en equiparar las tropas convencionales soviéticas y su defensa se encontraba en manos de EE UU.
Las instituciones de la OTAN siguen siendo un reflejo de aquella situación de desequilibrio. EE UU ha persistido en su idea de que debe haber un mando integrado bajo las órdenes de un general americano y ha resistido diversos intentos por parte de Francia de dar a Europa su propia identidad en materia de defensa, aduciendo que este cambio debilitaría la Alianza.
Hoy día, el Ejército soviético ha dejado de existir y el Ejército ruso se halla a cientos de millas al Este. Los desórdenes internos de Rusia hacen quimérico un posible ataque a Europa occidental. Por otra parte, el resurgir de Rusia en su forma histórica ha hecho renacer temores igualmente históricos sobre sus deseos expansionistas, y la clara resistencia de tantas figuras preeminentes en Rusia a la fragmentación del imperio soviético da pábulo a esos temores.
La escuela de pensamiento americana que hoy prevalece es la que sostiene que una Rusia democrática, orientada hacia una economía de mercado, cambiaría su tendencia expansionista, casi ininterrumpida durante cuatro siglos. No es posible saber si la historia se repetirá de forma inevitable, pero de todas maneras es poco común hallar ejemplos de cambios de 180 grados, aunque sólo sea porque la geografía no cambia y porque la memoria histórica es uno de los factores de cohesión más importantes en cualquier sociedad.
Amenaza menor
No conozco a ningún dirigente, pasado o presente, de un país vecino de Rusia que comparta la fe que tiene América en que Rusia se convierta a las normas de conducta de Occidente. Todos prefieren al presidente Yeltsin antes que a sus adversarios políticos, pero sólo como una amenaza menor, no como un alivio a sus temores de siglos.
El resurgimiento de una Alemania unificada multiplica esos temores, sabedores de que las costumbres históricas de estos dos gigantes a lo largo de su historia han sido o adueñarse del territorio de sus vecinos o librar sus batallas en suelo ajeno. Los países situados entre ambos temen la aparición de esa zona de indefensión.
La cuestión de las armas nucleares en Ucrania es buena prueba del dilema en que se encuentran: EE UU trata este problema en términos de no proliferación global; para Ucrania representa el triunfo con el que negociar en una región en la que sólo Rusia ha expresado su interés en materia de seguridad, y ése, rayano en la he gemonía. Ucrania no puede de sear seriamente unirse al club nuclear, pero tampoco puede estar realmente interesada en la tesis de no proliferación nuclear. Sometida a Rusia durante 300 años, quiere seguridad y las armas nucleares son la palanca con la que vencer la aparente falta de interés que América ha mostrado en su libertad. La decisión de no recibir en Washington al primer ministro de Ucrania no es la mejor forma de salir de ese punto muerto en la negociación. Aumenta el valor de las armas nucleares a los ojos de los ucranios y da a Rusia una posible salida para intervenir militarmente en esta región en un futuro en nombre de la no proliferación.
En ciertos aspectos, la OTAN ha subido de importancia al disminuir la amenaza militar. En su papel de único lazo institucional entre Europa y América ha desarrollado modos de consulta y formas de hacer frente a las crisis que son únicos en la historia de las alianzas. Así y todo, se ve amenazada por una nueva especie de aislacionismo americano, que subordina el análisis geopolítico a la reforma social en su conjunto. Durante este siglo, América ha tomado parte, en dos guerras mundiales para impedir que Alemania conquistara toda Europa y dirigió 40 años de guerra fría para impedir la dominación rusa. ¿Podemos abandonar a Europa en el momento de conseguir nuestros objetivos, aquellos por los que tanto hemos luchado, y con nuestra marcha dar paso a que despierten de nuevo las viejas tentaciones?
La OTAN es un medio para reducir ese vacío entre las fronteras rusa y alemana. Los antiguos países satélites de la URSS deben ser puestos bajo su protección, aunque de hecho no formen parte de la organización, y Hungría, Polonia y la República Checa deben ser llamadas, con la mayor celeridad, a formar parte de la CE. La OTAN por sí sola no puede, sin embargo, cubrir todo ese gran vacío, ya que su intromisión en el territorio de la antigua URSS inflamaría el nacionalismo ruso.
De momento, y a intervalos regulares, se invita a todas las repúblicas de la ex URSS a mantener conversaciones sobre seguridad en Europa en el cuartel general de la OTAN en Bruselas. Este gesto no tiene mucho sentido, ya que ni las repúblicas de Asia Central ni los Estados del Cáucaso tienen sitio en este diálogo. El tratar al antiguo imperio soviético como una unidad y el hacer de Moscú su portavoz es exactamente lo opuesto a la estrategia conveniente.
Lazos con Occidente
Al fin y al cabo, no podríamos dar a las repúblicas occidentales de la antigua URSS ningún tipo de garantía para su protección militar. Su independencia se verá mejor salvaguardada si mantienen estrechos lazos políticos con Occidente a través de los miembros de la OTAN y sus políticas nacionales para dejar bien sentado que el renacer del imperialismo ruso llevaría en sí graves costes políticos. El marco más apropiado para este diálogo institucionalizado sería la CSCE.
Se hace aún más urgente la reorganización de las instituciones presentes si pensamos en nuestras relaciones con otra herencia de la guerra fría: la recién unificada Alemania. En su principio, la CE tenía dos fines fundamentales: aumentar el peso de Europa en sus tratos con EE UU y dar cabida en su seno a una Alemania dividida. Los fundadores de la CE estaban convencidos de que si Europa no aprendía a manifestarse con una sola voz perdería poco a poco toda su importancia. También temían que si se dejaba a una Alemania dividida flotando entre los dos bloques en Europa central se encendieran sus sentimientos nacionalistas y decidiera enfrentar para su propio provecho a los dos contendientes de la guerra fría.
El primer objetivo se ha conseguido en su mayor parte, por lo menos en lo que respecta a cuestiones económicas. Pero la unificación alemana puede poner a prueba la firmeza del acuerdo tácito entre Francia y la RFA que forma el centro de la cohesión europea. Alemania necesitaba el apoyo político de Francia en sus tratos con su competidor, Alemania Oriental, y también cierta dosis de confianza contra el miedo a un predominio conjunto de EE UU-URSS. Por su parte, Francia tenía necesidad de la ayuda económica alemana. Como parte de este trato, Alemania Occidental aceptaba el liderazgo político de Francia en asuntos de la Comunidad, y Francia, la voz preponderante de Alemania en asuntos económicos, también de la CE.
El resultado obtenido era que la RFA se hallaba atada a Occidente a través del liderazgo americano en cuestiones de estrategia política a escala mundial; a Francia, en cuestiones políticas europeas y a su propio papel, de suma importancia, en cuestiones económicas. Estos lazos se debilitarán, sin duda, cuando la nueva Alemania unida supere las crisis por las que está pasando. Necesitará mucho menos a Francia para subrayar su legitimidad y a EE UU para protegerla. Con la moneda alemana ya en pleno dominio de la economía europea, las instituciones europeas corren el peligro de convertirse en simples apéndices de las decisiones nacionales alemanas.
En una Europa cada vez más nacionalista, Rusia y Alemania podrían acabar dominando la escena política, a menos que entre tanto se creen alternativas para estos impulsos nacionalistas. El periodo presente de consolidación y recuperación debería ser utilizado para dar nueva forma a las instituciones atlánticas y europeas para ponerlas en situación de resolver los problemas que ya apuntan en el horizonte:
1. Debe darse a la OTAN un papel político más importante.
2. A Europa debe dársele, dentro del marco de la OTAN, más autonomía para atender a su propia defensa.
3. La CSCE debe animar la economía rusa y fortalecer los lazos políticos de este país con América y Europa.
La gran mayoría de los males que amenazan hoy la seguridad europea pueden ser resueltos por los propios europeos; el dominio estratégico de América no es ya una realidad. El papel que correspondería a América sería el de protector contra una amenaza nuclear y el de líder frente a los problemas que puedan surgir fuera de Europa.
Equilibrio europeo
Pero la contribución más importante de América en la era posterior a la guerra fría sería la que se refiere al equilibrio político dentro de Europa. Ningún otro país, o grupo de países, puede desempeñar ese papel. Italia se encuentra poco menos que en plena revolución. España se encuentra en la periferia de los asuntos de Europa. El Reino Unido es demasiado insular y carece ya de la suficiente fuerza, cosa que asimismo le sucede a Francia. Si Europa ha de evitar el volver al nacionalismo competitivo, Francia debe cooperar con América en crear un nuevo modelo político. El diálogo político que está teniendo lugar entre América y la Comunidad Europea es un buen primer paso.
El camino hacia una nueva relación entre América y Europa debe, pues, comenzar en Washington y en París, que deben zanjar sus diferencias. EE UU no puede seguir controlando las decisiones militares. como hacía cuando Europa dependía de ellos y debe dejar más autonomía a Europa en lo referente a su propia defensa. Francia, por su parte, tampoco puede continuar tratando de centrar la identidad europea en sentimientos antiamericanos, cuyo resultado más probable sería que la política nacional alemana y rusa se dirigiera a cercar el vacío dejado en Europa central y oriental.
Los dos grandes problemas de estos momentos, la integración en el mundo occidental de una Alemania unificada y la aceptación por parte de Rusia de sus fronteras nacionales, requieren una estrecha relación noratlántica que, en contraste con el periodo de la guerra fría, marque claramente fines políticos. De ese modo, la OTAN puede contribuir dando un marco político de conjunto; la CE, brindando la entrada en su seno a los antiguos satélites de Europa oriental, y la CSCE, permitiendo a las repúblicas de la ex URSS, y. sobre todo a Rusia, que desempeñen un papel político dentro de su ámbito.
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