Todos somos niños
The Scottish Ballet
Cascanueces. Coreografía, Lev Ivanov, Marius Petipa, Peter Darrell. Música, Piotr Ilich Chaikovski. Diseños, Philip Prowse. Directora artística, Galina Samsova, con la Orquesta de Córdoba. Director musical, Alan Barker. Teatro de la Maestranza, Sevilla. 12 de enero.
En ballet, todos podemos ser niños por un rato, pasarlo soñar: es parte de su magia y su poder. Cascanueces lo consigue como ningún otro clásico, y así sucedió anteayer en la Maestranza. En ballet, también, las cadenas de errores se multiplican con los años, y no es culpa personal de nadie. Cascanueces no es una excepción, sino uno de los clásicos sobre los que más ha llovido. Por ejemplo, generalmente se atribuye el total de la coreografía a Lev Ivanov cuando se sabe que el grand pas de deux es obra de Petipa, precisamente el fragmentó que mejor ha resistido el tiempo.
Cascanueces se conserva mejor en Occidente que en Rusia, y donde se le venera es en el Reino Unido, desde que en 1934 Nicolás Serguiev lo resucitara para el Sadler's Wells, y los hermanos Legat, desde su escuela londinense, se empeñaran en que no se olvidara.
Cascanueces no está basado directamente en el cuento de Hoffmann, sino en una versión francesa de Alejandro Dumas, padre, que contiene sensibles variaciones. Otro elemento fundamental de este clásico es que Chaikovski no quería escribir otro ballet sobre un cuento infantil, sino sobre el mito de Ondina. Chaikovski no escribió Cascanueces por propia inspiración, sino sugerida por otros. El guión de Petipa, maestro de maestros, facilitó la tarea estructural, y de ahí la perfección y equilibrio de la pieza.La versión de Darrell es respetuosa sin estridencias, y paradójicamente es mucho mejor e primer acto que el segundo, donde incluso los diseños adquieren un cierto sabor añejo. El grand pas de deux fue bailado sin extra vagancias -tan habituales hoy- y con mucha conciencia del estilo por la japonesa Yurie Shinohara, de sólidas puntas y equilibrios de buen gusto; apenas varió sutilmente la diagonal de la coda, pero dentro de los presupuestos de la lectura original lo que se admite y es pecata minuta. Su compañero Campbell McKenzie, que no posee una línea corporal clásica, sin embargo, se supera a sí mismo con la técnica y el arrojo típico de un bailarín terrenal; su físico recuerda, por añadidura, a los partenaires de los tiempos de Tijomírov o Chessinski.
La Orquesta de Córdoba cumplió a pesar de cierto chirriar de los metales.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.