Bandazos en democracia
Parece incuestionable la admitida afirmación de que la democracia se ha convertido en el único principio de legitimación política de nuestro siglo. Ha venido a suplantar a otros que anteriormente fueron válidos en épocas pasadas: herencia, triunfo bélico, gerontocracia o unión con el poder religioso, como ejemplos. Resulta igualmente una verdad asimilada que la democracia no es únicamente una forma de gobierno, una forma articuladora de poderes del Estado. Va mucho más allá. Se ha llegado a escribir (Burdeau, Lacroix, Dalirendorf) que esto llega a ser casi secundario. La democracia es un talante, una forma de ser y ver el mundo, una filosofía y hasta casi una religión. Hasta el punto de que si no se da esto segundo, nada o poco vale la configuración jurídica o constitucional de lo primero. Queden, de entrada, plenamente asumidas ambas afirmaciones.Ocurre, empero, que la democracia se asienta y sitúa siempre en un contexto determinado. Y que dicho contexto, temporal o geográfico, puede distorsionar lo que Kelsen llamara la esencia de la democracia. Esto nada tiene de nuevo y sí mucho de relación con la clásica advertencia que desde Aristóteles a Montesquieu encontramos. Además de la forma, hay un fin. El estagirita hablaba del principio, aquello que podía pervertir lo en principio loable. Como de principio y de naturaleza hablaba también el ahora presuntamente difunto Montesquieu. Siempre hay un "para" o un "en beneficio de qué o de quiénes", algo que, por ejemplo, hace bastante diferentes dos regímenes republicanos:. el Portugal de Salazar o la Cuba de Castro.
En nuestro país hemos vivido una larga historia dé ocasiones perdidas para la democracia y, de igual formal de bandazos. Bandazos entre un régimen y otro y hasta bandazos dentro de un mismo régimen. Con la ingenua creencia de que cada régimen, por su propia denominación o configuración, se convertía en conjunto de bienes sin mezcla de mal alguno. Conjunto de bienes que todo lo podía. No hay que remontarse muy lejos. Cuando en 1931 se discute la Constitución de la II República (a la sazón, panacea por excelencia y plenamente identificada por sus protagonistas con democracia), nada menos que Jiménez de Asúa lanza en el debate parlamentario la siguiente insensatez: "Si la República no hubiera venido a mudarlo todo, no merecería la pena haberla traído". Como si un régimen y un texto pudieran mudarlo todo y, sobre todo, como si de verdad hiciera falta tan absoluta mudanza. ¿No había nada que conservar? La afirmación del ilustre penalista tiene respuesta, poco tiempo después, por boca de quien fuera nada menos que "ciudadano de honor" de la República. Escribía así Unamuno el 3 de julio de 1936 en el periódico Ahora: "Cada vez que oigo que hay que republicanizar algo me pongo a temblar, esperando una estupidez inmensa. No injusticia, no, sino estupidez. Alguna estupidez auténtica, y esencial, y sustancial y posterior al 14 de abril".
¿Y ahora? También nuestro actual régimen tuvo su 14 de abril, pero en forma mucho más. sensata. Los bandazos han venido después. Y también después, poco a poco, estamos confundiendo churras y merinas al hablar de la necesidad de "democratizar". En algunos casos los cambios fueron necesarios y hasta se hicieron "cuando se pudieron hacer", dado el carácter pactado del cambio de régimen. En otros casos, andamos muy cerca del caos y vendría bien alguna reflexión. Ofrezco al lector este reducido catálogo por si para algo sirviera en el nada simple discurso de la democracia:
a) Bandazo hacia la plena hegemonía de los partidos políticos. Regulados en su día con excesivo énfasis en el marco de
democracia parlamentaria, puede que fuera comprensible una especie de reivindicación gloriosa de lo que durante tantas décadas había estado prohibido y condenado. De aquí el protagonismo que encontramos en el artículo 6 de nuestra Constitución. Y de aquí también los paulati nos y sucesivos recortes que sufrieron otras formas de participación directa o semidirecta, al margen de los partidos. Pero lo cierto es que, con poco recato y por la vía de hecho o de derecho, los partidos se han convertido en los únicos protagonistas de la representación y de la participación. Han bloqueado listas, impuesto disciplina férrea de voto, entrado en el reparto de cuotas a la hora de proponer nombramientos para la mismísima justicia, cercenado las vías de expresión de la sociedad civil, abrumado con su presencia y sindicación multitud de esferas de la vida social, etcétera. Todo en los partidos y casi nada fuera de los partidos. O, de otra forma dicho, si allá en 1976-1977 alguien habló de "sopa de siglas y partidos", quizá hoy el ciudadano entiende mal lo de partidos hasta en la sopa".
Constatado el bandazo y confesado el carácter indispensable de estas fuerzas en la democracia, lo cierto es que el ahora llamado Estado de partidos está poniendo en solfa no pocos principios, incluido el de la separación de poderes. Por eso, bueno sería reconducir sus tareas y limitar. este reinado casi absoluto en el que, como estamos viendo, por lo demás, no existe ningún tipo de control: ni en democracia interna, ni en financiación, ni en pronto asentamiento de una oligarquía tan caprichosa como desconsiderada para los de dentro y para los de fuera.
1 b) Bandazo hacia un muy peligroso debilitamiento del Estado. Igualmente comprensible desde el inmediato pasado fuertemente estatalizador y centralista. Pero estimo que ha vuelto a faltar el término medio. Primero se equiparó democracia con autonomía. Después apareció el regionalismo visceral, el no querer ser menos que el vecino, tema que ya traté en estas páginas. Estaba, por demás, la penosa base de un proceso permanentemente abierto al amparo del artículo 150.2 de la Constitución, bajo cuya letra todo es delegable o transferible..: -Y, naturalmente, cuando se ha entrado en tiempos de pactos para poder formar Gobierno, la hemorragia de cesiones se está haciendo alarmante.
Estamos debilitando al Estado en una Europa que requiere la voluntad de Estados fuertes, sólidos. Y el tema no se queda ahí. Junto al Estado, corren malos vientos para conceptos tales como nación ' soberanía o patria. De esto no tiene la culpa la clara regulación constitucional. La tiene la permanente dejación, en lo oficial y en las expresiones, que llega al más absoluto ridículo. Se habla de "delegados territoriales" (como si hubiera otros aéreos o marítimos) porque no "se puede hablar" de provinciales o regionales. Como se habla de naciones o patrias como si se tratara de cosas de poca monta. Si el sentimiento nacional, si la idea de proyecto de vida en común, si la solidaridad entre regiones se ponen en solfa, el entramado del llamado Estado de las autonomías (por cierto, otra expresión no muy feliz) habrá servido de poco.
c) Bandazo hacia una consideración igualitarista del conjunto de la sociedad. Sin duda, el principio jurídico de la igualdad es consustancial a la democracia. Y ésta, como bien establece nuestra Constitución, es incompatible con discrimínaciones. Ser demócrata es aceptar al diferente, campo en el que, por cierto, queda mucho trecho por andar dentro y fuera de España a pesar de la fraseología oficial.
Pero esto es y debe ser compatible con otros. valores que resultan de igual forma perfectamente válidos en un régimen democrático. Con la disciplina en el Ejército, por ejemplo, donde no es imaginable someter a votación quién da, en un momento dado, una, orden de ataque. O con la meritocracia en los terrenos de la ciencia, investigación y docencia. Y los méritos se juzgan por iguales o superiores, no por comisionitis de turno como ocurre en nuestra actual Universidad. Salvador Giner ha tenido el valor de poner un ejemplo muy claro en su reciente librito Carta sobre la democracia. Lo entenderá bien el lector. En el terreno deportivo, "al podio suben los mejores, y esto habría de hacer reflexionar a quienes confunden la igualación forzosa de los ciudadanos con la democracia al tiempo que admiran a sus héroes deportivos. El deporte de competición es inmisericorde con los perdedores". Es decir, resulta ganador de una prueba quien mejor lo hace, y esto está basado en méritos y no en votos del público. Todo esto olvidándome, por un instante, de si la igualdad existe (¿alguien elige nacer normal o subnormal, en un país paupérrimo o en otro desarrollado?), que, no es tema de ligero trato.
Soy consciente de que hablar de partitocracia, de fortaleza del Estado y de igualitarismo a la baja ha sido, en algunas ocasiones, comienzos de ataques al sistema democrático. Algo igual ocurre con los males del Parlamento o los defectos de la representación. Pero parto justamente de lo contrario. De que la grandeza de la democracia consiste, en buena parte, en reflexionar, aceptar y corregir sus defectos. Por eso es un régimen perfectible y por eso no tiene una verdad absoluta. En los tres bandazos que he sintetizado habría mucha tarea pendiente de mejora desde dentro.
Manuel Ramírez es catedrático de Derecho Político de la Universidad de Zaragoza.
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