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Columna
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Urbanismo singular

El cemento no es sólo arcilla y material calcáreo molido y cocido que luego se mezcla con agua y se vuelve sólido y duro. En la capital de La Plana y en las últimas décadas, el cemento ha sido y es metáfora del despropósito, es decir, imagen de cuanto se hace y carece de sentido o conveniencia para un desarrollo urbanístico equilibrado y ordenado de la ciudad. Como quien dice ayer comenzaron a levantarse pequeños rascacielos en lo que fue núcleo poblado en la Edad Media y en el Renacimiento, y que hoy difícilmente puede calificarse de centro histórico. Luego aparecieron alturas y más alturas en lo que debió ser el ensanche urbano y decimonónico, que tenía cierta racionalidad. Las sombras dieron al traste con la luminosidad mediterránea de las calles, y le aportaron a la ciudad un caos circulatorio insoportable. A mediados de los sesenta, si uno llegaba a Castellón por cualquiera de los caminos radiales, divisaba el emblemático Fadrí de la iglesia de Santa María, el campanario de los frailes en la Ronda y la torre del estadio albinegro; hoy hay que buscar las torres entre el cemento colmenero.

Con un cemento más humilde, con esfuerzo y sudor y anarquía, crecieron a partir de esas fechas las casas bajas de los barrios periféricos; barrios obreros de quienes llegaban en busca de trabajo y que tienen el trazado que les quiso dar el Dios del Sinaí. También por esas fechas se empezaron a desecar los humedales costeros y aparecieron las permisivas edificaciones unifamiliares que hormiguean a millares en lo que hasta hace nada fue marjal.

Y mientras tanto la ciudad continuaba partida por las vías del ferrocarril. Y continuó hasta hace poco en que un tunel subterráneo acabó con la división urbanística de Castellón y dejó en la superficie unos terrenos excelentes que pudieron y pueden paliar los desaguisados urbanísticos que son irreversibles. En esos terrenos podría un bulevar ajardinado y comercial unir el norte y sur de la ciudad sin convertirse en una vía rápida con muchos carriles y muchos coches, puesto que la rapidez es algo más propio de las circunvalaciones y el viejo trazado del ferrocarril no es precisamente una circunvalación. Hay que estudiar, reflexionar y analizar proyectos e ideas como piden los ediles de la oposición municipal, por tal de que sea la metáfora del cemento quien decida. Y en Castellón la metáfora del cemento tiene nombres propios, omnipresentes en la vida pública; una metáfora que es negocio e interés que a lo peor no se corresponde con el interés urbanístico general. Claro que el modoso alcalde José Luis Gimeno tiene prisa y una corporación municipal con mayoría absoluta conservadora -y en Castellón conservar el urbanismo que se ha hecho hasta ahora es conservar la sarna y la metáfora del cemento. Y como tiene prisa adjudica con rapidez las obras iniciales y deja fuera del concurso a una asociación de comerciantes castellonenses, Calviga, con otro proyecto. Y aducen los de la mayoría absoluta triquiñuelas legales o leguleyas, porque sólo amaños y arterías administrativas han dejado fuera de concurso a los castellonenses de Calviga y al consenso.

Gana la metáfora del cemento; pierden los comerciantes agrupados, que tachan de injustificable la actitud del gobierno municipal al que le pidieron apoyo y sensibilidad. Pero poco puede la sensiblidad de los castellonenses de Calviga o la de los demás frente a la dureza del cemento metafórico con nombres propios que es quien decide.

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