Vocaciones terrenas
Los eufemismos y disfraces de las palabras operados en los últimos 15 años, tanto en el campo semántico de los conflictos armados ("pacificación", "cruzada moral", "armas inteligentes", "guerra limpia", "operaciones quirúrgicas", "misiones de ablandamiento" y "efectos colaterales") como en el de los negocios del capital sin fronteras ("deslocalización", "desengrase de plantillas", "flexibilidad laboral", etcétera), destinados a encubrir la destrucción provechosa de países enteros o el libre despido que condena a la miseria a una buena parte de la población mundial, son sobradamente conocidos en el ámbito de la mercadotecnia del Casino Global. La "lógica" del provecho empresarial y de la industria armamentística han probado su gran maestría en el desguace de las palabras malsonantes y su sustitución oportuna por otras de carácter neutro e inofensivo.
Pero, en campos más inocuos en apariencia, como lo son la industria turística y la especulación inmobiliaria en torno a ella, los prestidigitadores de las palabras no cejan en la promoción de nuevas ofertas destinadas al ciudadano consumidor. Citaré dos ejemplos a cual más sabroso.
Hace unas semanas, un anuncio publicado en la prensa, invitaba a los lectores a viajar "por las culturas del mundo". El manejo inadecuado del término cultura no me hubiera sorprendido en exceso de no haber ido acompañado de la siguiente frase: "Peregrinaciones e itinerarios espirituales a bordo del transatlántico Queen Mary II". Ahí mi desconcierto alcanzó el nirvana de la especulación contemplativa. ¿De qué espiritualidad se trataba?: ¿de una lectura colectiva de Camino durante la travesía?, ¿de sesiones de espiritismo?, ¿de prácticas esotéricas?, ¿de recitado en coro de tantras? Telefoneé a la agencia de viajes en busca de un remedio a mi perplejidad y la respuesta al otro lado del inalámbrico me fue dictada por el Espíritu Santo: "Lo que le vendemos es serenidad espiritual". El precio de dicha serenidad, me susurró con voz suave, varía en función del lujo de los camarotes y de sus vistas al mar. El package holiday (el Paráclito posee, como sabemos, el don de lenguas) no incluía, puntualizó, los gastos de bebidas en la discoteca y el bar. Inútil precisar que me quedé en tierra y no comprobé la eficacia de tan atractiva oferta de mejora anímica.
La otra revelación casi paulina se produjo, no en el camino de Damasco, sino en el de la ciudad en donde escribo estas líneas. Viajaba en automóvil por sus cercanías cuando divisé unos carteles cuyo mensaje me fulminó: ¡la palabra vocación se aplicaba, podía aplicarse, a la materia inorgánica! Retrocedí 60 años, cuando en mi adolescencia se hablaba de vocación como una inclinación personal a una forma de vida o de actividad, o bien como una llamada de Dios a ser sacerdote o ingresar en una orden religiosa. Así, uno podía tener vocación de marino (la que mi padre pretendía inculcar a mi hermano mayor), vocación médica, vocación de profeso (cinco de mis primos de la rama paterna respondieron con diferente fortuna a la invitación divina; mis primas, más sabias, no). ¡Y he aquí que los promotores inmobiliarios extendían la aplicación del término a los terrenos urbanizables! Los solares colindantes con la carretera manifestaban una súbita "vocación industrial" o "vocación turística". Otros, más modestos expresaban sus anhelos de forma negativa: "Suelo de vocación no agrícola" (como si yo hubiera señalado a mi entorno mi vocación no sacerdotal, ni médica ni de aspirante a la Marina, sin especificar no obstante la mía). Lo que más llamó mi atención fue el hecho de que tantas y tantas vocaciones urbanas o urbanizables reflejasen un sorprendente rechazo de la tierra a sí misma, su aspiración a dejar de ser ella y convertirse en cemento y hormigón. ¡Dicha renuncia a su ser, pensé, como a los placeres de la carne por los llamados a servir al Señor, colmaría de dicha, no al Vaticano, sino a los honestísimos promotores de colmenas turísticas en nuestro mediterráneo El Dorado! ¡Imaginaba, imagino, a todo el suelo costero de Andalucía, Murcia y Valencia proclamando en carteles, anuncios y cuñas publicitarias sus inclinaciones íntimas y llamadas divino-empresariales -su nueva forma de vocación-, para mayor gloria del muy desinteresado Zaplana y de sus correligionarios de Gandía o La Manga del Mar Menor!
A quienes no compartimos la perspectiva gloriosa de estas vocaciones terrenales o terrenas, no nos queda otro remedio que refugiarnos en la nostalgia de la belleza arruinada o de militar, sin grandes esperanzas, contra el fervor telúrico inspirado por el noble afán de nuestros ediles y promotores de forrarse los bolsillos de acuerdo a los misteriosos designios de Dios.
Juan Goytisolo es escritor.
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