En el bosque de África hablan español
El castellano hablado en Guinea es la lengua oficial y la lengua culta, la tradición y la modernidad, la del trabajo y la enseñanza
Una comida guineana en casa de la profesora a la que aquí llamaremos Francisca Nguema es una fiesta de palabras y sabores. Francisca recibe a toda clase de viajeros, estudiantes, escritores o profesores que recalan por Malabo, la capital de Guinea Ecuatorial. Bueno, los pocos que consiguen un visado para ello, o que se aventuran a viajar por una de las más férreas dictaduras familiares que existen actualmente en África.
Pero, con dictadura o sin ella, el caso es que en el país ecuatoguineano se habla en español, y están orgullosos de ello. Y aunque se quejen de que la Secretaría de Estado para Iberoamérica, por ejemplo, no haga alusión en su título a esta parte africana del español, la verdad es que los entregados miembros del equipo de Cooperación sí se interesan por la cultura guineana. En realidad, ocupando el desolado vacío que dejan las propias autoridades del país.
Poco a poco, los platos van apareciendo en la mesa de Francisca, y el picante del pepe sup y la carne de armadillo con chocolate se mezclan con los nombres de las diferentes lenguas de país: fang, bubi, ndowé, bisio, baseke, benga, además de la combinación de inglés con bantú, que da un pichinglis comercial que sirve para ir al mercado y a las tiendas de Malabo y Bata. Así que cuando llega el contrichop, hay que saber que se trata de un pollo de granja, mientras la yuca, salsa de cacahuetes, malanga y ñame son como acompañamientos con que se potencia el sabor de las palabras.
En la mesa de Francisca Nguema también se mezclan lo popular y lo refinado, tanto en los platos que se sirven como en las palabras que se pronuncian.
El español en Guinea –dice Francisca– es algo más que una lengua franca, como lo es el pichinglis. Es la lengua oficial y la lengua culta, la tradición y la modernidad, la del trabajo y la enseñanza.
Cuando se proclamó la independencia, el presidente Macías quiso arrinconar el español e impulsar el fang como lengua predominante. No tuvo éxito. Después de Macías, el español guineano volvió donde solía.
Si leemos un relato como Camino a Batanga, entraremos en contacto con una literatura vibrante y metafórica, sorprendente. El propio autor de la novela, José Fernando Siale, me aclara que Batanga existe, y que no es un territorio inventado, un Macondo ecuatoguineano. Es una región en la que habita una etnia compartida con el vecino Camerún, el territorio de los ndowé. La impresión que el lector recibe ante el texto invierte el sentido mismo de la lectura, y rehace la realidad desde la metáfora y la connotación, que parecen más exactas que la simple descripción.
De las novelas guineanas, quizá la que más me haya cautivado sea Arde el bosque de noche (Calambur, 2009), de Juan Tomás Ávila Laurel. Una historia misteriosa y a la vez testimonial que se desarrolla en la isla de Annobón. La isla real parece emerger como una leyenda atlántica, pero las duras condiciones a que ha sido sometida la alejan de las hermosas historias de marinos y sirenas. En estos bosques de grandes hojas verdes, los cuentos de miedo son reales.
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