Así es como Chicote y 'MasterChef' vendieron la gastronomía al mundo de los 'realities'
¿Quién necesita una estrella Michelin teniendo un espacio en la televisión? Los chef estrella han hecho de los 'talent show' algo muy alejado de la cocina real
Al principio de los tiempos, los programas gastronómicos eran prácticos, didácticos e informativos. No llegaba ni a los 10 años y recuerdo quedarme embobado frente a Elena Santonja y Con las manos en la masa, posiblemente el primer programa de cocina que puso a un delantal a aquella Alaska que existió en los 80. Cada receta era un personaje de actualidad, una entrevista personal, un análisis del presente informativo más inmediato y a la vez más desenfadado. Y es que uno es tan vintage que incluso ahora, 30 años después, sigo tarareando la musiquilla del programa mientras preparo un lacón con grelos para mis amigas totales, uno de esos domingos que preceden a un lunes festivo. Con las manos en la masa se fue al traste cuando Santonja inició su particular cruzada, rodillo en mano, contra el product placement que se quería incluir en los programas, porque ella quería su parte del pastel por lo visto.
Posiblemente este gesto fue el embrión de lo que conocemos actualmente como programa culinario. El testigo se lo pasó a Karlos Arguiñano, bien conocido por sus recetas sencillas y por esos horrendos chistes que debió copiar a Arévalo. El caso es que Arguiñano construyó un imperio dentro y fuera de la pequeña pantalla; se convirtió en el rey de los fogones y la cocina fácil. Su conexión con el gran público le permitió gobernar no sólo en los programas de cocina, sino también en programas de televisión y en cine. Sin aparentar más que un hombre dicharachero y vivaracho, el mediático chef cuenta en su haber con más de una veintena de libros publicados, un restaurante hotel en Zarauz y su propia escuela de hostelería. ¿Quién necesita una estrella Michelin teniendo todo eso?
Con la llegada de las plataformas vía satélite a finales de los 90, llegan por fin los canales privados exclusivos de cocina. Bueno, en realidad llega uno: Canal Cocina. Los locos de los fogones por fin podíamos echar horas y horas frente al televisor, aprendiendo a hacer cosas que antes sólo podíamos aventurar con las fotos de los libros. El Canal Cocina se convirtió en una puerta a la cocina internacional, a la búsqueda de la diversificación y la difusión de las culturas. Pero a su vez, en mi opinión, también en catapulta para restauradores y estrellas Michelin que, con el tiempo, pasaron a convertirse en auténticas celebridades mediáticas. Y es que el Canal Cocina muchas veces ha sido capaz de sacar auténticas maravillas en algunos cocineros que, en la vida real, no son capaces de ofrecer en sus restaurantes.
Talent Shows killed the video star
La insultante eclosión de los reality shows en la primera década del siglo XXI aplatanó a la audiencia de tal modo, que la telebasura se transformó en carne humana y el telespectador en la versión más retrasada de zombi de The Walking Dead. El formato reality se comió las parrillas enteras, se fusionó con los programas de talento y aparecieron competiciones como Masterchef y su horripilante versión infantil, Top Chef y las magistralísimas clases de Chicote, el tostonazo de Cocineros al volante y demás retoños televisivos donde se fomenta más el marujeo y la competición que el gusto por la gastronomía, las cosas como son.
Hace poco tuve la oportunidad de tomarme unas birras con un ex concursante de Top Chef. A pesar de no ganar, había disfrutado mucho de la experiencia aunque aseguraba que las pruebas eran bien reales y tuvieron que sudar un Nilo hasta el último día de grabación. Pero a la hora de opinar sobre los jueces, todo es un misterio y un mutis por el foro. Y es que a mí me siguen chirriando las clases de maestro restaurador que se da más de uno en la tele cuando en la vida real no pisas los restaurantes más que delante de un foco. Y luego la realidad corroe como la sosa caustica.
A la cuarta no va la vencida
Cuando ya pensábamos que nos habían dejado tranquilos con tanto Talent Show gastronómico, la cadena de radiotelevisión pública anuncia a bombo y platillo que comienzan los castings para MasterChef. Y ya van 4. Y es que los programas gastronómicos ya empiezan a atufar a una especie de Gran Hermano sabiondo y casi envidioso donde, a golpe de publi, estrellas mediáticas del Canal Cocina y del firmamento Michelín se mezclan entre sí para mostrar todo lo que saben y no saben los demás. Y es bastante curioso que Samantha Vallejo Nájera no haya decidido vivir de un restaurante y opte por el mundo del cátering, algo que la ha convertido en la Samantha de España aunque en alguna ocasión, y esto lo digo yo en primera persona, su cátering haya patinado en algún evento. Pero a ella se le perdona todo.
Lo que me saca de la estratosfera son las clases magistrales de cocina de nuestro amigo Alberto Chicote. Resulta muy curioso que el posiblemente más mediático de los cocineros que haya en este país se permita el lujo de, en ocasiones, intimidar con su basto saber culinario a los concursantes de Top Chef, a veces mil veces más creativos que él. Y no es que quiera meterme en bosques espinosos, pero echo de menos la creatividad del desaparecido NODO (aunque su selección de vinos era un poco chunga) frente a un Yakitoro donde sólo he encontrado plancha, plancha y más plancha; y de postre churros. Chicote, yo te quiero pero antes te quería más. No es un divorcio, es una separación temporal.
En el fondo me quejo por quejarme, porque me acabaré enganchando de nuevo. Otra vez.
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