Los miedos de Esquerra
El partido republicano no puede permitirse las veleidades derechistas a las que Junts se ha entregado, como votar contra el impuesto a las energéticas o vetar los límites a los alquileres
La gesticulación y la retórica de las candidaturas concurrentes a la reciente elección de la cúpula de Esquerra han convertido a la dirección entrante en víctima de sus propias palabras. Como si el procés estuviera en su punto álgido, el discurso del tándem Oriol Junqueras-Elisenda Alamany retrotrae en ocasiones al periodo en que el independentismo trazaba líneas rojas para no pactar con el PSC. Tiempos aquellos de grandes declaraciones, aunque por la puerta de atrás se mantuviesen pactos con los socialistas, como sucedió con Junts en la Diputación de Barcelona.
Ahora Alamany, flamante secretaria general de Esquerra, ha decidido aparcar su incorporación al gobierno municipal de Jaume Collboni para “centrarse” en los presupuestos del Ayuntamiento de Barcelona. Alamany, que el verano pasado había encargado su traje de teniente de alcalde de Turismo, asegura que el equipo de gobierno municipal socialista “no ha explicado su propuesta para la ciudad”. El cambio de guion se debe al miedo a un revés de las bases, que con su propia retórica ha alimentado en la campaña para hacerse con la dirección. Lo que en junio era prácticamente un hecho y una cuestión de reparto de cargos se ha convertido en una cuestión de principios. Lo mismo sucede con los Presupuestos de la Generalitat, que no tienen pinta de poderse aprobar a tenor del anuncio hecho ayer por Oriol Junqueras. Con todo, para el veredicto final habrá que esperar a cerrar las ponencias del congeso de los republicanos en las próximas semanas Mientras, hay temor a ser acusado de traición si se prodigan los gestos de acercamiento a los socialistas. Es secundario que el Govern de Salvador Illa logre una quita de parte de la deuda del Fondo de Liquidez Autonómica, frene el macro casino Hard Rock o, llegado el caso, anuncie la creación de un modelo de financiación singular. Los republicanos parecen dispuestos a castigar al PSC y a mantenerse en unos niveles de tacticismo que, para compactar a un partido dividido, proyectan y agigantan sus inseguridades y miedos. Todo ello, claro está, sin perder de vista a sus ex socios de Junts per Catalunya, cada día menos acomplejados por votar con el PP y con Vox. Al fin y al cabo, dicen los de Puigdemont, todos son españoles.
Esquerra ha ligado su futuro al de la izquierda que encarna el Gobierno de Pedro Sánchez y no puede permitirse las veleidades derechistas a las que Junts se entrega sin pestañear, como votar contra el impuesto a las energéticas o vetar los límites a los alquileres. O, como dijo recientemente Gabriel Rufián, mantener una política de inmigración concomitante con la de la derecha extrema de Sílvia Orriols, la alcaldesa xenófoba de Ripoll.
Las políticas deben mostrarse en la práctica y lo cierto es que, en Ripoll, los concejales republicanos –y también los de Junts– se abrieron inicialmente a escuchar a los xenófobos de Aliança Catalana para aprobar los presupuestos locales. La dirección nacional de ERC fue categórica y amenazó con la expulsión a quien pactase con los de Orriols, como ya sucedió el año pasado en Ribera de Ondara (La Segarra). Junts, en cambio, se ha dejado querer por los ultras. Aunque han descartado su voto favorable a los presupuestos, los de Puigdemont aprobaron las ordenanzas fiscales de Ripoll en el último pleno municipal de diciembre pasado. No todo el independentismo es igual a la hora de dar oxígeno a la extrema derecha. Tampoco lo es a la hora de apoyar iniciativas progresistas que casi siempre respaldan las izquierdas independentistas catalana, vasca y gallega. Esquerra hasta ahora ha tenido claro el camino. El temor a ser menos independentistas que Junts o la necesidad de marcar perfil propio –para superar la división interna que vive el partido– hacen peligrar el alma izquierdista de los republicanos.
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