Una unidad de destino: la única política de Mazón es su salvación
El presidente trata de convencernos de que el acuerdo con Vox es todo un éxito, pero no es fácil saber de qué clase de éxito habla
En la Casa de Cultura de Aigües podemos ver estos días la exposición Urbanizaciones fantasma: tras la huella de la burbuja inmobiliaria en Alicante. Las fotografías de Carlos Campillos conforman un documento impresionante sobre el fracaso de aquella Comunidad Valenciana destinada a asombrar a España, según afirmaban los gobernantes del momento. La exposición debería recorrer nuestras ciudades y pueblos para refrescar la escasa memoria que los valencianos guardamos de unos asuntos que nos llevaron a la ruina y que aún estamos pagando. No espero que el gobierno actual se ofrezca voluntario para la tarea, pero podrían encargarse de ella los partidos de la oposición. Las protestas en las Cortes Valencianas son necesarias, pero la política debe pisar la calle si aspira a ganar el corazón de los ciudadanos.
¿Puede la Comunidad Valenciana aspirar a un modelo de desarrollo más allá del turismo y la construcción? Sería deseable, pero para ello necesitaríamos un gobierno con ideas abiertas al futuro. Hasta el momento, las ideas que el Partido Popular ha puesto sobre la mesa se limitan poco más que a desmontar las medidas del Botanic. El conflicto con la Universidad de Alicante, los problemas provocados por la innecesaria consulta sobre el valenciano, o el abandono de las instituciones culturales, marcan una línea bien definida. Nos encontramos ante un modo de gobernar que antepone la ideología y los intereses personales a las necesidades de los ciudadanos. Este camino no puede llevarnos muy lejos, sobre todo cuando se acompaña de medidas como la desactivación de la Agencia Antifraude, un acto que parece toda una declaración de principios.
La catástrofe de la dana creó un nuevo marco en la política valenciana que, desde el 29 de octubre pasado, gira por completo en torno a Carlos Mazón. La incompetencia mostrada por el presidente de la Generalitat, que no supo estar a la altura de su cargo, y el hecho de que continúe ocultando información sobre su agenda aquella tarde, son la causa. La consecuencia es que, desde aquel momento, la única política de Carlos Mazón es la salvación de Carlos Mazón. En esa línea es como debemos interpretar el acuerdo alcanzado con Vox para la aprobación de los presupuestos. El presidente trata de convencernos de que el acuerdo es todo un éxito, pero no es fácil saber de qué clase de éxito habla. Ninguna de las condiciones impuestas por Vox está pensada para favorecer a los valencianos. Son pura ideología. Llamar al pacto “un plan de impulso para la Comunidad Valenciana” es, a todas luces, excesivo.
La forma en que Mazón ha transigido con las exigencias de Vox es preocupante. No hablo de los contenidos, sino de la manera en que los ha hecho públicos. En las declaraciones recogidas por la prensa, no sabemos si quien habla es el presidente de la Generalitat Valenciana o Santiago Abascal. ¿Era necesario humillarse hasta ese punto? En cualquier caso, si lo juzgamos por la vehemencia de sus palabras, no parece que Carlos Mazón se sintiera incómodo al arremeter contra el Pacto Verde europeo o al lanzar algunas infamias sobre la inmigración. Podemos aceptar que Mazón tenga una ideología líquida, algo bastante corriente en los políticos de nuestro tiempo, pero ello no le exime de las consecuencias de sus actos. No pretendo emitir un juicio prematuro, pero si el gobierno valenciano debe plegarse a los dictados de Vox en cada votación, llegaremos a un punto donde resultará difícil distinguir al Partido Popular de la extrema derecha.
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