Madrid demoniza el cannabis en su plan antidroga, pero no contempla medidas contra ansiolíticos y antidepresivos
Uno de cada cuatro madrileños ha consumido psicofármacos alguna vez en la vida, un tercio más que en 2022, según el Ministerio de Sanidad


El consumo de somníferos, antidepresivos y ansiolíticos en Madrid aumenta a un ritmo que hace temblar las manos. Uno de cada diez residentes los ha ingerido en el último año y uno de cada cuatro los ha tomado alguna vez en su vida, según la encuesta EDADES del Ministerio de Sanidad, una cifra “ocho puntos por encima que en 2022″, ha recordado este lunes la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid (CAM). Pero el Gobierno de Isabel Díaz Ayuso ha enfocado su política antidroga en la demonización del cannabis, mientras relega a los hipnosedantes, máximos causantes de fallecimientos y hospitalizaciones de urgencia por abuso de drogas, según datos de la CAM.
El Plan Regional Contra Las Drogas de la Comunidad de Madrid es la piedra angular de la política contra sustancias adictivas del Gobierno regional de Isabel Díaz Ayuso. El documento tiene 82 páginas y 75 medidas, 45 de ellas preventivas y ninguna enfocada en el consumo de hipnosedantes ni estimulantes, y eso que ambas concentran dos tercios de las hospitalizaciones por urgencia y casi la totalidad de las muertes por abuso de drogas en hospitales, según cifras del mismo gobierno.
En contraste, la estrategia de Ayuso en la Comunidad de Madrid incluye cinco medidas preventivas para disminuir el consumo del cannabis —una palabra que se repite 37 veces a lo largo del texto—: desde aprobar una nueva regulación sobre los derivados de la marihuana —que el PP piensa materializar este año—, hasta la campaña “Los porros golpean tu vida hasta destrozarla” —con partida presupuestaria de 3,6 millones de euros.
A la par, el sistema madrileño de Salud mantiene una ratio por debajo de los 7 psicólogos por cada 100.000 habitantes, según el registro de colegiados, una cifra por debajo de países como Alemania y Francia —ambos con más de 20 psicólogos por cada 100.000 habitantes— y muy lejos de países como Suecia, que tiene más de 50.
La Consejería de Sanidad ha transmitido por escrito a este periódico que si bien “el consumo en Madrid sigue la tendencia ascendente comparable a la de España, esta tendencia continúa manteniéndose por debajo de la media nacional”. Desde el Gobierno regional resaltan la incorporación “de 141 nuevos profesionales de psicología clínica a través del Plan de Salud Mental”, pero no aclaran qué programas se están ejecutando para reducir el uso de hipnosedantes.
Antonio Cano Vindel, catedrático en psicología de la UCM y presidente honorífico de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés (SEAS) ha asegurado que ante la impotencia del sistema, “se tiende a afrontar los problemas de la vida, medicalizando con psicofármacos”, antes que “priorizar la terapia o la pedagogía para manejar las emociones”.
El contexto es bien sabido: España es el mayor consumidor de benzodiacepinas en el mundo, según datos de Naciones Unidas, un fenómeno que tiene mayor incidencia en las mujeres y que tocó techo durante la pandemia. En 2022, se repartieron en el país más de 77 millones de envases de hipnosedantes, según el registro del Ministerio de Sanidad.
Desde entonces, el porcentaje de quienes afirman haber consumido el último año ha disminuido levemente a escala nacional: del 13,1%, en 2022, al 12% en 2024, según Sanidad. No obstante, la tendencia no ha mejorado en Madrid, que ha registrado un aumento del 7,5% al 10,5% en ese mismo lapso.
Cano Vindel relaciona el auge de las benzodiacepinas con la impotencia del sistema sanitario para brindar tratamientos a largo plazo. Resalta además que “apenas hay psicólogos clínicos en la atención primaria”, una especialidad cuyas consultas en Madrid suelen durar menos de diez minutos. “¿Cómo se puede dar terapia a un paciente en tan poco tiempo?”, se pregunta el catedrático.
La respuesta cree tenerla Martín, de 46 años, quien pide anonimato para narrar libremente que más de la mitad de su vida ha sido adicto a las benzodiacepinas, un subgrupo de hipnosedantes: “Desde el minuto uno me enganché”. Este paciente cuenta que se las recetaron “con mucha facilidad” cuando tenía 18 años y él no pensó mucho en las consecuencias. “Lo más sencillo para un médico, por la saturación del sistema, es recetar benzodiacepinas, pero lo cierto es que al paciente lo estás matando”, reflexiona Martín, 28 años después, antes de afirmar con rotundidad que las benzodiacepinas le “destruyeron la vida”.
No pasó mucho tiempo desde la primera prescripción, antes de que Martín viera “las benzos” como algo más que un calmante. Comenzó a tomar pequeñas dosis para asistir a reuniones sociales, citas con chicas y hasta en el gimnasio. Durante el trabajo, relata, las mezclaba con café para contrarrestar el efecto sedante: “Lograba empatizar mejor con los clientes. Vendía bien. Me daba sensación de bienestar, me desinhibía. Un poco de buen rollo”, describe en retrospectiva. Aunque claro, matiza poco después, eso fue mucho antes de perder “el trabajo y la familia” por el consumo de diferentes psicoactivos, entre ellos las benzodiacepinas, su “droga estrella”, la que usaba para mitigar el bajón de las sustancias más duras.
Eso que Martín llama “buen rollo” no es más que una ralentización del sistema nervioso autónomo que producen las benzos, al reducir la frecuencia cardiaca, el pulso y otros síntomas corporales, según explican los expertos. “Es como si de repente estuviéramos relajándonos”, analiza Cano, quien hojea en su despacho diferentes guías de práctica clínica, como la de la Organización Mundial de la Salud, que alerta de “la dependencia psíquica y física” a los hipnosedantes, “cuando se toman de manera continuada”. Por esta razón, insiste el doctor, estas pastillas “deben retirarse a las pocas semanas porque tienden a generar adicción y, aunque reducen los síntomas, lo hacen solo unas horas y el consumo se convierte crónico”.
Martín estuvo 24 años enganchado a esas pastillas blancas subsidiadas por la seguridad social, que hoy no parecen prioritarias en la política antidrogas de la Comunidad de Madrid. Con la ayuda de un psicólogo privado, Martín ha completado más de cuatro años y medio “limpio de cualquier droga”. Rechaza hablar de “tentaciones” porque está seguro de que no volverá a consumir. Eso sí, es una batalla que libra todos los días: “He tenido más síndrome de abstinencia por las benzos que por el resto de drogas duras”.
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