Espectáculos masivos para prendas discretas: la semana de la moda de Milán rebusca en el fondo de armario de la era postcovid
El desfile público y multitudinario de Diesel sirve de traca inicial para unas primeras jornadas de desfiles en las que Max Mara, Prada o Fendi han experimentado con la idea de la prenda básica en tiempos obsesionados con la viralidad
Para celebrar su décimo aniversario, en 1984 Thierry Mugler realizó el primer desfile abierto al público de la historia. Un total de 3.000 asistentes, 1.000 invitados por la marca y 2.000 que accedieron al show pagando una entrada de 100 francos de la época. Era la primera vez que una pasarela, territorio del elitismo que define al lujo, se convertía en un evento público similar a un concierto de rock. La moda empezaba a priorizar el espectáculo por encima de la exclusividad. En estos casi 40 años, esta industria, redes sociales mediante, se ha convertido en un garante más del entretenimiento, casi como la música y el cine.
Pero desde hace un par de temporadas no basta con las retransmisiones en directo, cada vez son más las marcas que abren sus gradas a quienes quieran comprar una entrada. Lo hizo Pyer Moss en 2021, cuando debutó en la semana de la moda de la alta costura de París o Marine Serre el pasado junio, dentro de la semana de la moda masculina en la capital francesa. Balmain lleva tres temporadas realizando un festival de música abierto al público en el que se incluye su desfile como parte de la programación. Y este miércoles Glenn Martens, director creativo de Diesel, abría la semana de la moda de Milán en el Allianz Cloud, el palacio de los deportes de la ciudad italiana, con 500 invitados de la casa, 1.500 estudiantes acreditados y 3.000 jóvenes (de entre 17 y 22 años, según datos aportados por la marca) que compraron una entrada y se agolparon en las gradas para ver el segundo desfile del belga, decorado a lo grande, con, dicen, la mayor escultura hinchable del mundo.
Es curioso, y sorprendente, comprobar cómo Martens es capaz de transitar de la moda más nicho y conceptual (es también director creativo de la firma de culto Y Project) a la más popular y masiva, sin que se contaminen sus estilos. En el apenas año y medio que lleva al frente de Diésel, ha sido capaz de convertir a una enseña que pertenecía al pasado reciente en una de esas firmas virales que pueblan los perfiles de TikTok e Instagram. Lo ha hecho, precisamente, apelando a ese pasado reciente. Es decir, a esa estética de los primeros dosmiles que ahora lo inunda todo: en su extensa colección hay, por supuesto, denim tratado como sastrería, pero también ropa de trabajo reformulada en colores y tejidos nobles, chándals reconvertidos en vestidos largos de varias capas y piezas flúor al lado de tejidos desteñidos y deshilachados.
Si Martens y Diesel tiran de espectáculo democrático para tratar de mantener su nueva relevancia, Kim Jones es experto en todo lo contrario, es decir, en convertir lo democrático en exclusivo en sus innumerables colaboraciones con marcas populares. Desde su entrada en Fendi en 2020, el diseñador británico ha trabajado algo parecido al básico de lujo en una casa históricamente ligada a la opulencia. En su colección para la próxima primavera, el gris y el beige se mezclaban con el naranja o el verde flúor en prendas de silueta marcadamente noventera (minimalista). Había chaquetas sastre estructuradas cuya espalda se cerraba como un kimono japonés, vestidos tubo de gasa y faldas rectas que Jones, siempre con buen olfato para lo comercial, combinaba con sandalias en cuya plataforma se estampa el logo de la doble F que Karl Lagerfeld diseñara en el año 2000.
En contraste, el joven Andreadamo, con solo dos desfiles a sus espaldas, es un fiel (y buen) seguidor del básico para las nuevas generaciones: prendas negras, blancas y en tonos tierra que se construyen a partir de una evidente deconstrucción o, lo que es lo mismo, vestidos de punto repletos de aberturas, cordones y asimetrías que, a pesar de poblar las colecciones actuales (sobre todo, las firmadas por los nuevos nombres) en él tienen un resultado novedoso, trabajado y comercial.
Max Mara es, esencialmente, la gran marca italiana de básicos de lujo. Pero su director creativo, el británico Ian Griffiths, siempre los diseña basándose en la estética y la historia de una mujer pionera (en su despacho cuelgan, de hecho, retratos de Siouxsie, Patti Smith o Zelda Fitzgerald). Esta vez, Griffiths ha reimaginado el estilo ecléctico y muy peculiar de dos mujeres a las que la posteridad ha considerado musas, aunque merecerían el apelativo de grandes autoras. La artista Renée Perle, pareja del fotógrafo y pintor Jacques Henri Lartigue, que desafiaba las convenciones de los años treinta con su uniforme de anchos pantalones masculinos con bañadores y pamelas; y la arquitecta y diseñadora Eileen Gray, una de las primeras diseñadoras industriales reconocidas “que, frente a la rectitud de los arquitectos masculinos, introdujo la línea curva y, en cierto modo, la emoción en el oficio”, cuenta Griffiths. La conexión entre ambas es la Riviera Francesa, lugar que frecuentaban y que funciona como excusa primaveral para una marca especializada en abrigos.
Y de básicos, esta vez casi como objeto teórico, trataba la colección de Prada. Bajo el título Un toque de crudeza, Miuccia Prada y Raf Simons han trabajado a su manera el grado cero de la indumentaria: “Ropa simple, sin complicaciones innecesarias, es lo que nos mueve teórica, estética y políticamente”, cuenta Miuccia Prada, que lleva medio siglo demostrando precisamente que estas tres visiones están más unidas de lo que parece. El director de Drive, Nicholas Winding Refn, diseñó para la ocasión habitaciones de papel con ventanas a una calle imaginaria. Un modo de aunar lo doméstico, el espacio íntimo, con una colección que buscaba ahondar en lo básico a la compleja manera de Prada. Abrigos trapezoidales con un tejido confeccionado también en papel (que las modelos cerraban con la mano, a la icónica manera de Miuccia). Chaquetas de escote cuadrado estilo años cuarenta que, en lugar de ceñidas a la cintura, seguían un patrón rectilíneo. Monos de nylon que evocaban el uniforme de trabajo (una de las obsesiones de Prada desde la llegada de Raf Simons). Y partes de arriba coronadas por largo trozos de tela a modo de cola, como hace dos temporadas hicieran con las faldas. Porque si algo ha cambiado en el Prada de Raf Simons es la continuidad entre colecciones. Antes de la entrada del diseñador belga, Miuccia tiraba de iconoclasia para crear colecciones visualmente eclécticas y complejas pero reconocibles precisamente en su diferencia. Ahora, el logo triangular, el nylon monocromático y las formas estructuradas han construido una identidad reconocible que se repite temporada tras temporada.
Giorgio Armani salía a saludar, esta vez sin Silvana Armani y Leo dell Orco (responsables de las líneas femenina y masculina, respectivamente), arropado por la larga ovación de los cientos de personas invitadas al teatro Armani para presenciar la colección de Emporio, que una vez más redundaba en los pantalones amplios, los zapatos-calcetín y las chaquetas holgadas, esta vez en blanco y negro. Él, al fin y al cabo, no las inventó, pero sí logró que a principios de los años ochenta cientos de mujeres las adoptaran por primera vez como parte de un armario funcional y, por fin, más igualitario. Si la moda empuja cambios sociales, casi siempre es a través de la redefinición de sus básicos. Algo que Armani supo ver hace medio siglo y que muchos, afortunadamente, están empezando a ver ahora.
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