El regreso de Hayden Christensen, el actor que sucumbió a un personaje maldito
El papel de Anakin Skywalker en la saga ‘Star Wars’ parecía destinado a convertirlo en estrella, pero la leyenda negra del personaje también lo engulló. Ahora, con 40 años, lo intentará una vez más en la televisiva ‘Ahsoka’, la nueva ficción de una franquicia que se resiste a morir
En 2002, la cara de Hayden Christensen (Vancouver, 40 años) se multiplicaba sobre cualquier soporte susceptible de convertirse en merchandising. El estreno ese año de El ataque de los clones suponía la culminación del ascenso de un casi desconocido intérprete canadiense que se había hecho con el papel más fascinante de la saga galáctica de George Lucas: Anakin Skywalker. Apenas una década después, y tras haber sido mal recibido por la crítica y los seguidores de la franquicia, se refugiaba en una pequeña granja en su Canadá natal, ajeno al ruido de Hollywood y a sus superproducciones.
Este 2021, los fans lo han redimido y acogen con regocijo su retorno a la saga al lado de Ewan McGregor en Obi-Wan Kenobi y también, como acaba de avanzar The Hollywood Reporter, en Ahsoka, la historia de la padawan tutelada por Anakin Skywalker.
La primera vez que apareció en pantalla, Christensen esquivaba un raquetazo de John McEnroe. Era un recogepelotas demasiado concienzudo que durante un torneo de tenis en Toronto se internó en la pista para cumplir con su deber mientras el tenista sufría uno de sus frecuentes estados de furia. Aquella noche, todos los espectadores que seguían el partido por la televisión canadiense vieron fugazmente el rostro del futuro Darth Vader.
Convertirse en tenista profesional era una de sus aspiraciones hasta que un día su hermana mayor no encontró canguro y se lo llevó a la grabación del anuncio de Pringles que protagonizaba. El pequeño Christensen salió de allí con su propio contrato. “A partir de ese momento, hice uno o dos anuncios al año. Era una gran excusa para tener un día libre en la escuela. Cuando se emitían negaba ser yo, porque me avergonzaba. Actuar no era algo que me tomase muy en serio”, declaró a Interview en 2001.
Era rubio, esbelto y objetivamente guapo, una mezcla que no tardó en abrirle la puerta a pequeños papeles. Hizo su debut cinematográfico en En la boca del miedo (1995) de John Carpenter, fue uno de los hijos de Mia Farrow y André Previn (Fletcher, para iniciados en el culebrón Allen-Farrow) en una película biográfica sobre la actriz y uno de los vecinos cautivados por las hermanas Lisbon en Las vírgenes suicidas (1999). Su papel más relevante llegó en la televisión. En 2000 interpretó en Tierras altas a un adolescente que, tras refugiarse en las drogas después de sufrir abusos sexuales, ingresaba en un centro para jóvenes problemáticos. Ese fue el personaje que hizo que Lucas viese en él un destello del turbio Anakin Skywalker y llamase a su agente.
Se trasladó a Los Ángeles para hacer una audición y acabó imponiéndose a más de 400 actores entre los que se encontraban estrellas como Leonardo DiCaprio, Paul Walker, Heath Ledger, Joshua Jackson o Ryan Phillippe. “Hayden tiene esas cualidades especiales que te esperas encontrar un actor. Él se come la cámara”, declaró en 2002 la directora del casting Robin Gurland. “Tiene las características que estaba buscando para el personaje de Anakin: la vulnerabilidad y también el nervio. Es raro encontrar un actor que vaya tan lejos y lo haga tan bien.”
Estaba en racha. Se había hecho con el papel más codiciado en la película más esperada de la década mientras su primera experiencia en Hollywood, La casa de mi vida (2001), en la que interpretaba al hijo problemático de Kevin Kline, le había proporcionado una nominación al Globo de Oro como mejor actor secundario. Pero fue la propia película destinada a convertirlo en estrella el primer palo en su rueda: ni los seguidores ni la crítica recibieron con demasiado entusiasmo El ataque de los clones ni su interpretación. Lo que llegó tras la nominación al Globo de Oro fue el mucho menos deseable Razzie. Y otro en 2005 por la siguiente entrega, La venganza de los Sith. Los reproches se repartieron por igual entre el desempeño de Christensen y el guion de Lucas. “Cada línea de diálogo en la película cae muerta, y ninguno de los actores puede hacer nada para evitarlo”, escribió Stanley Kauffmann en The New Republic.
Frases como “Soy prisionero del beso que nunca debiste darme”, más propias de un éxito de canción ligera que de un guionista que venía de la pandilla de Coppola y Scorsese, incitaban a la risa. Lucas no se tomó bien las críticas y defendió a sus personajes en el libro The Star Wars Archives 1999-2005: “Se presentan de forma muy honesta, no son irónicos y se interpretan al límite, pero son coherentes”. Y zanjó: “La mayoría de la gente no entiende el estilo de Star Wars”. Los que en 2007 eligieron a la reina Padme Amidala y Anakin Skywalker como la pareja con menos química de la historia del cine no pensaron lo mismo.
Un papel maldito
Christensen empezaba a entender lo que significaba meterse en la piel de un personaje maldito. El primer Darth Vader, David Prowse, un culturista británico contratado por sus más de dos metros y 120 kilos de peso, descubrió el día del estreno que su voz había sido doblada por el actor James Earl Jones. No fue su mayor disgusto. Tras las sospechas de Lucas de que Prowse había filtrado a la prensa el clímax de la trilogía –el legendario “yo soy tu padre”–, fue sometido a una estrecha vigilancia durante el rodaje. Y, como venganza, relegado de la escena en la que vemos por primera vez la faz de Darth Vader, que fue interpretada por el actor teatral Sebastian Shaw. En toda la trilogía jamás se vio la cara de Prowse ni se escuchó su voz. El hombre que había desestimado interpretar a Chewbacca porque consideraba que Darth Vader le daría más visibilidad fue un mero porta trajes. Prowse terminó vetado en todas las convenciones y eventos oficiales de Star Wars y se convirtió en la figura más trágica de la trilogía. En 2016, su desempeño fue reivindicado por los españoles Marcos Cabotá y Tony Bestard en el documental Yo soy tu padre.
Peor suerte corrió el pequeño Jake Lloyd, que tuvo el complicado papel de interpretar a un Anakin niño en La amenaza fantasma. Lloyd se retiró apenas dos años después. En 2012 explicó los motivos: había sufrido acoso por parte de sus compañeros de clase y a ello se le sumaba el estrés provocado por la ingente cantidad de eventos asociados a la promoción de la película a los que debía asistir. Destruyó todos sus recuerdos de la saga y se negó a ver las películas por los “recuerdos espeluznantes” que le provocaban. En 2015 fue detenido por conducir de manera imprudente y resistirse a la autoridad. Su madre, a la que había agredido el día anterior, reveló entonces que Lloyd padecía esquizofrenia y había dejado de tomar su medicación. Tras pasar unos meses en prisión fue internado en un hospital psiquiátrico. En 2020 la familia emitió un comunicado en el que afirma que Lloyd sufre esquizofrenia paranoide a la que se suma una anosognosia que le impide tomar conciencia de su trastorno y vive recluido en una institución cercana a la casa familiar.
Para demostrar que era algo más que aquel personaje acartonado con trenza de padawan persiguió los derechos de El precio de la verdad, la adaptación de un artículo de Vanity Fair sobre Stephen Glass, un reportero de New Republic que había basado su meteórica carrera en reportajes inventados. Finalmente fue Tom Cruise quien se encargó de la producción, pero él cosechó las mejores críticas de su carrera interpretando a Glass. Parecía que, al contrario que había sucedido con otras estrellas galácticas como Mark Hamill, Christensen no sería devorado por su personaje. “Tampoco estoy preocupado por eso, aunque tal vez debería estarlo, dada la cantidad de veces que me preguntan al respecto”, explicaba.
En 2008 adquirió un terreno cerca de Toronto. “Planeo comenzar a construir pronto. Me muero de ganas de ensuciarme las manos. Ahora allí se cultiva heno, pero quiero llenar el establo de ganado: primero cerdos, luego vacas y caballos”, declaró. Buscaba un refugio para su vida con la actriz Rachel Bilson, con la que tuvo un hijo en 2014, y lo quería lejos de Hollywood. “Me lo tomo todo con cautela. No quiero que sea parte de mi trabajo hablar de con quién estoy saliendo y qué estoy haciendo fuera de mi vida laboral”.
Si quería mantenerse fuera del radar de la industria, lo consiguió. El resto de sus películas convirtieron las críticas recibidas por su trabajo en Star Wars en halagüeñas. “La estrella más insípida de su generación” lo llamó Ken Hanke en su crítica de Despierto (2007). “¿Cómo diablos terminó Hayden Christensen en esta película?”, escribió Richard Propes de su paso por Jumper (2008). Y añadió: “El peor casting posible es colocar a chico de piedra Christensen en un papel que requiere personalidad, acción, electricidad y emoción.”
Tras el estreno de 90 minutos en el cielo (2015), película perteneciente al subgénero del drama cristiano (ese cementerio de las estrellas venidas a menos), el crítico Matt Fagerholm no tuvo palabras más agradables: “Un título mejor habría sido 121 minutos en el purgatorio. Christensen es una presencia exasperante desde la primera secuencia”.
Desde entonces, las cosas no fueron a mejor para él. Las películas en las que se ha involucrado han tenido cada vez menos repercusión. Tal vez es esta falta de exposición mediática la que ha provocado que los seguidores galácticos hayan recibido con alborozo su retorno a la saga. O que para los fans que están ahora al mando su recuerdo esté barnizado de nostalgia, ese filtro que todo lo embellece. Los que se enamoraron del primer Darth Vader, un monolito de dos metros de voz metalizada, odiaron a aquel chaval desgarbado al que veían como un impostor, pero los que han vuelto la vista atrás para entender la última trilogía se sienten representados por él. Tal vez ayude el hecho de que estemos hablando de un hombre blanco y de belleza normativa e incontestable, sobre todo si tenemos en cuenta que las mayores controversias entre los seguidores de la saga han estado relacionadas personajes femeninos o no caucásicos, como la actriz de origen asiático Kelly Marie Tran o la protagonista de la última trilogía, Daisy Ridley. Ambas se vieron obligadas a abandonar las redes sociales por el acoso sufrido. Visto desde esa perspectiva, la indiferencia podría no ser el peor de los finales.
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