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Los nuevos controles israelíes aguan la fiesta de la familia Bisharat y atascan Cisjordania

El Gobierno de Netanyahu dificulta el movimiento en este territorio ocupado desde el inicio del alto el fuego. Retenes, barreras y registros endurecen aún más la vida de decenas de miles de palestinos, con esperas de hasta 10 horas

Guerra entre Israel y Gaza
Mahmud Bsharat (a la derecha), preso palestino recién liberado, tras reencontrarse con su madre, Um Ramzi, este sábado en un hotel de la ciudad de Ramala, en Cisjordania.Antonio Pita
Antonio Pita

Los padres de Mahmud Bisharat no llegaron a tiempo a Ramala para ver cómo su hijo recobraba la libertad tras nueve años entre rejas —13 antes de completar su pena por el atentado con arma blanca que cometió en Israel— en el segundo canje del alto el fuego en Gaza. Su nombre solo apareció en el número 62 del listado definitivo de los 200 reclusos excarcelados a cambio de la entrega por Hamás de cuatro soldadas israelíes, ese mismo sábado por la mañana. Es decir, con las jóvenes israelíes rumbo a un teatral escenario en Gaza y los autobuses para los presos aparcados frente a la cárcel de Ofer.

En línea recta, 46 kilómetros separan el centro deportivo de Ramala, donde los presos fueron recibidos por una multitud entusiasmada, de la casa familiar de los Bisharat en la localidad de Tammún, cerca de la ciudad de Tubas. Pero tardaron cinco horas, atravesando tres puestos de control: el número de kilómetros importa bien poco en Cisjordania, donde cientos de barreras al movimiento (retenes fijos o temporales, montículos de tierra, grandes bloques de piedra, barreras elevadizas…) convierten cada desplazamiento en una odisea. Más aún, desde el inicio del alto el fuego, en el que Israel ha aumentado retenes, cierres de accesos y registros, generando atascos interminables, con la gente durmiendo en los vehículos tras hasta 10 horas sin moverse.

“Mi hijo llegó a Ramala antes que nosotros. Normalmente, no es difícil entrar aquí, pero esta vez había controles extra”, cuenta su padre, Faisal, 60 años. Son las diez de la noche y los cinco (los progenitores, Mahmud, su cuñado y su primo) no se atreven a emprender de noche un camino de vuelta tan largo, “sin saber si los puestos de control estarán abiertos” y con el riesgo de que los colonos más radicales los ataquen en el camino, señala Faysal. Así que no tienen más remedio que hacer noche en un hotel de Ramala, en vez de celebrar el primer día de libertad en su pueblo entre abrazos, fuegos artificiales y la carne de dos vacas que guardaban para sacrificar desde que el acuerdo de alto el fuego se dibujaba en el horizonte.

“No pasa nada”, quita hierro el ya exrecluso, con rostro exhausto. “Estoy muy cansado y no quiero enfermar justo ahora de agotamiento. Solo Dios sabe lo mal que nos han tratado hasta el último día. Desde las 02.00 hasta que nos sacaron, estuvimos 12 personas en una celda de tres metros por dos, sin contar lo que ocupaba el baño”.

Fila de coches atascados cerca de la ciudad cisjordana de Ramala por el cierre del puesto militar de control de Atara, el pasado día 21.
Fila de coches atascados cerca de la ciudad cisjordana de Ramala por el cierre del puesto militar de control de Atara, el pasado día 21. Issam Rimawi (Anadolu/Getty Images)

Bisharat está entre el centenar de los 200 presos (con cadenas perpetuas o penas largas, por delitos de sangre) liberados que se quedará en Cisjordania. Otros 70 fueron expulsados a Gaza y a Egipto, para su traslado a otros países.

Tenía 20 años en 2015, cuando una mezcla de la desesperanza acumulada por la generación que nació tras los Acuerdos de Oslo y del enésimo pico de tensión por el estatus de la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén parió la que se acabaría llamando Intifada de los cuchillos. Más de 300 palestinos, generalmente sin filiación a las facciones armadas, intentaron apuñalar a policías y transeúntes israelíes en tres años.

Uno de ellos fue Bisharat. Se coló de Cisjordania a la ciudad israelí de Ranaana, cerca de Tel Aviv, e hirió a tres personas al acuchillarlas frente a una sinagoga. Luego huyó, intentó entrar en una casa y acabó arrestado. Su condena: 22 años de cárcel. En el interrogatorio aseguró que vengaba la muerte de un familiar.

Hoy pesa 25 kilos menos. Se puede ver comparando la foto de su rostro tras el arresto que difundieron las autoridades y el pálido y delgado con que mira ahora en la televisión del restaurante del hotel las imágenes de la bienvenida que recibió y dice: “Aún no me creo estar aquí”. Su madre, Um Ramzi, de 56 años, no esperaba abrazarlo hasta 2037, así que está tan feliz (“me desmayé al ver su nombre en la lista”, admite) que le da igual aplazar el regreso a Tammún.

En Palestina, los presos por delitos vinculados al conflicto con Israel (ya sea publicar un mero post en solidaridad con Gaza o atentar contra civiles) ostentan la categoría de héroes, así que los camareros compensan a la familia con delicias como maqlube de cordero, musajan o knafe. Aún confundido por su recobrada libertad, Bisharat presta más atención al partido de su equipo, el Real Madrid, en la televisión gigante que a la comida. “En la cárcel solía recibir medio tomate, así que no me entra tanto”, justifica, antes de dejarse el plato casi entero.

Decenas de nuevas restricciones

Además de las excarcelaciones, el alto el fuego ha endurecido las vidas de al menos decenas de miles de palestinos, por el aumento de los controles militares, registros a vehículos y cierres en los accesos a las localidades palestinas de Cisjordania.

Israel ocupa militarmente este territorio desde que la tomó en la Guerra de los Seis Días de 1967, pero solo introdujo un sistema de permisos y una lógica de separación a raíz de la Primera Intifada y los Acuerdos de Oslo (1993) y, sobre todo, de la Segunda Intifada (2000-2005). En la práctica prima un sistema dual de carreteras: unas pensadas para los palestinos, bajo legislación militar; y otras, para los colonos israelíes, sujetos al derecho civil.

Desde 2010, las barreras al movimiento no han hecho más que aumentar. La ONU las cifraba en torno a 600 antes de octubre de 2023, cuando el ataque sorpresa de Hamás desencadenó la invasión de Gaza y disparó la violencia en Cisjordania, en particular de colonos y soldados (a veces indistinguibles). Desde entonces, cada día trae dos palestinos muertos y cuatro ataques de colonos, según datos de Naciones Unidas.

Horas de atascos

Desde la semana pasada, las esperas en los puestos de control llegan a las ocho horas. La salida de Jericó, una de las más fluidas, pasó un día de 20 minutos a tres horas. La pasada semana, cientos de personas esperaron más de 10 horas frente a los puestos de control en torno a la ciudad de Nablus para volver a casa.

En su último informe, del pasado jueves, la Oficina de Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas (OCHA, en sus siglas en inglés) da cuenta de “severas restricciones de acceso en toda Cisjordania” que “impiden la circulación de decenas de miles de palestinos y su acceso a servicios básicos y lugares de trabajo”. La OCHA menciona el cierre de puestos de control en las principales arterias, las barreras en los accesos a los pueblos y la colocación de nuevas barricadas y montículos de tierra, que impiden tomar las -más largas y en peor estado- carreteras secundarias que muchos usan como alternativa. Las medidas, agrega, han retrasado durante horas incluso el paso de ambulancias.

Hace cuatro meses, las barreras al movimiento en Cisjordania rozaban las 800, según la OCHA. Con los últimos añadidos, la Autoridad Nacional Palestina (ANP) las cifra casi en 900. La principal novedad es cómo se han extendido a zonas donde la movilidad solía ser menos complicada, como Ramala o Belén. Decenas de miles de palestinos cruzan cada madrugada a trabajar a Israel o a asentamientos judíos y zonas industriales. La madrugada del primer canje, por ejemplo, el ejército cerró el paso de Yaba. Una hilera de vehículos quedó atascada entre Ramala y Jerusalén hasta la tarde del día siguiente.

Soldados israelíes registran a miembros de una familia palestina en Tulkarem (Cisjordania), el 28 de enero.
Soldados israelíes registran a miembros de una familia palestina en Tulkarem (Cisjordania), el 28 de enero.ALAA BADARNEH (EFE)

Derecho al movimiento

“Mi derecho, el derecho de mi mujer y de mis hijos para moverse por Judea y Samaria (la denominación bíblica y oficial en Israel de Cisjordania) es más importante que la libertad de movimiento de los árabes”, dijo en agosto de 2023, antes del ataque de Hamás, el entonces ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir, que reside en el asentamiento de Kiriat Arba, junto a la ciudad de Hebrón y al que se llega desde Jerusalén en apenas una hora por una amplia carretera. Son casi los mismos kilómetros que separan Ramala de la casa de los Bisharat. Israel defiende los retenes en el interior de Cisjordania como imprescindibles para evitar ataques contra sus ciudadanos.

El gabinete de seguridad israelí aprobó incrementar los controles durante el alto el fuego, con el argumento de que la excarcelación de los presos incrementaba el riesgo de disturbios. Según el diario Haaretz, los altos mandos de los cuerpos de seguridad se opusieron a la medida, al considerar que carece de efecto real en la seguridad e incluso pone en peligro a algunos colonos, ya que a veces circulan por las mismas carreteras. Defendían más bien redadas intensas como la que efectúan estos días en la ciudad de Yenín.

Los cierres son inesperados, así que los palestinos tienen grupos de WhatsApp para comunicar qué caminos están abiertos u ofrecerse apoyo. “Para quienes se dirigen al cruce de Qalandia, el tráfico ha llegado a la rotonda y no avanza”, advierte un usuario. “Se puede cruzar Al Ezariya en ambas direcciones sin presencia policial”, “Todos los accesos a Hebrón están cerrados en ambas direcciones”, “Acaban de abrir la barrera de Ain Sinia”, avisan otros. Los jóvenes de una aldea piden a los vecinos mantas, colchones, alimentos y agua, y ofrecen una casa a quienes se han quedado varados. Mientras, la radio en árabe La Voz de Palestina (la emisora oficial de la ANP) enumera los principales puestos de controles, con la coletilla de abiertos o cerrados, como si se tratase del estado de las carreteras o la previsión meteorológica.

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Sobre la firma

Antonio Pita
Corresponsal para Oriente Próximo, tras cubrir la información de los Balcanes en la sección de Internacional en Madrid. De vuelta a Jerusalén, donde ya trabajó durante siete años (2007-2013) para la Agencia Efe. Licenciado en Periodismo y Máster de Relaciones Internacionales y Comunicación por la Universidad Complutense de Madrid.
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