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La catarsis de Shakira contra el despecho

La de Barranquilla convierte su primer concierto en Ciudad de México en un proceso colectivo de curación con el vértigo indomable de sus caderas y una recomendación: “Bailar y cantar para sanar”

Shakira concierto en México
Carlos S. Maldonado

La noche del miércoles, con la dulce frescura del equinoccio de primavera, una loba colombiana bajó al escenario en Ciudad de México. Una loba que dejó claro que no está para novatos. Una loba que se reencontraba con su manada, lista para defenderla. La loba que como en un ritual ancestral lanzó un aullido fuerte, denso, expandido al finito en medio de un estadio que la obedecía como la jefa de la manda. Shakira se apropiaba de ese escenario como solo ella sabe hacerlo, marcando el paso con el vértigo indomable de sus caderas para dejar claro que ya no sufre por amores, que se ha lamido las heridas, que no, que para ella la vida no ha sido un camino de rosas, que ha caído y se ha levantado mil veces, que se ha puesto a trabajar y también a facturar. Porque ella es una loba que baila y canta para sanar.

Ese aullido expandido en medio de esta ciudad caótica dio inició a un recital de más de dos horas que puso a bailar a más de 60.000 almas entregadas a la de Barranquilla, en una catarsis contra el despecho y con un derroche de poderío femenino. Era la primera presentación en Ciudad de México de su gira Las mujeres ya no lloran, título que hace un guiño a los tres turbulentos años anteriores, que la han convertido en la protagonista de su propio culebrón, con traiciones amorosas, despecho, juicios y hasta deudas en Hacienda de por medio. Esta noche de luna de cuarto menguante, la loba no quería guardarse nada, porque los rencores hay que sacarlos, extirparlos, si se puede olvidarlos o mejor todavía, reciclarlos para facturar con ellos, porque las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan.

Esta ciudad de terremotos, donde vivió otra gata valiente de piel de tigre como ella, sufrió la noche del miércoles un fuerte movimiento telúrico. La Shakira que despliega el sabor de los ritmos tropicales del Caribe colombiano, que mezcla la magia de una Sherezade de la música oriental con el rock ecléctico de la chica jovencísima que soñó con comerse al mundo, se plantó aquí para recordar que estaba reinventada y así dispuesta a encantar, engatusar, deleitar y domar. Y tan bien lo logró que el descontento por la larga espera para verla mover las caderas quedó disipado a los segundos de iniciar su rito de loba. Apenas unos minutos antes de que aparecía con torbellino de luces en el escenario, los silbidos marcaban la espera en las gradas del Estadio GNP Seguros. Más de una hora de espera y la mujer que le canta al desamor y la traición no aparecía, con lo que sus miles de seguidores mataban el tiempo haciendo la ola de punta a punta en el estadio y silbaban, sobre todo silbaban. Las pelucas moradas, símbolo de la cantante, sobresalían en un mar humano que reclamaba a su ídola, la artista que ha roto las fronteras de la música y se ha impuesto como la latina más exitosa de la cultura popular.

Shakira durante su presentación en el Estadio GNP en Ciudad de México.

Hay que ser Shakira para lograr el perdón de una masa desesperada. La loba les ablandó el corazón con un guiño que desarma: saludaba, dijo, a la ciudad que tantas alegrías le ha dado. Por eso hará aquí siete conciertos, con la promesa de “dar todo lo que tengo”. Un reencuentro, dijo, de una loba con su manada mexicana. Porque Shakira está agradecida a México, este país donde consolidó su carrera cuando era aquella joven roquera de cabello de colores, de pies descalzos y sueños blancos. “Estoy en deuda con ustedes. Cuando necesité fuerza me la dieron. Me arroparon cuando sentí el desamor”. Un apapacho, dijo, que estaba dispuesta a recompensar cantando las grandes canciones que han marcado su carrera, mariachi incluido, porque estamos en México, chingao, y ella ya no es ninguna bruta, ciega, torpe, traste, pero sí testaruda.

Esta noche de una luna rojiza que se proyectaba sobre el escenario estaba diseñada para compartir algo que los mexicanos llevan en la sangre: cantar a pulmón abierto para olvidar penas pasadas. Si no te busco es porque también tengo mi orgullo, pero te extraño, dejaba ver con sentimiento la barranquillera. ¿A quién extraña Shakira? La mujer que ha dedicado canciones a sus amores, aquel que lloraba de emoción oyendo un bandoneón o el que peligraba con quedarse en Santa Marta y no volver jamás a Barcelona, esta vez parecía cantar las últimas penas, para luego convertir su escenario en una enorme sala de baile, luces alucinantes, imágenes en Inteligencia Artificial que la representaban a ella en esta metamorfosis que lleva tres años ya, desde que claramente sufrió el golpe de la traición matrimonial. Hizo sus secretos de confesión. “Hoy no puedo estar mejor”, aseguró. “Estos tres años no han sido un camino de rosas. De la caída nadie se salva, pero las mujeres, cada vez que nos caemos, nos levantamos más fuertes. Y nos ponemos a trabajar y facturamos”.

Facturar. El despecho deja buenos réditos y por lo visto en la venta total de las entradas a sus conciertos en México queda claro que Shakira ya no llora. Shakira factura al ritmo de sus caderas, pero también de un derroche de poderío femenino que ha sabido mercantilizar, hasta el punto de darle vuelta a todos los dogmas que han hundido a las mujeres por centurias, los religiosos primero. ¿Qué la mujer surgió de la costilla del hombre? Pero qué disparate. “De las caderas de la mujer nació el primer hombre”, dejó bien marcado en una lógica simple y verdadera. Y qué diantres significan esos mandamientos que nos han obligado desde siempre a la culpa y nos han limitado. Hay que cambiarlos. Pues la colombiana lo hizo. Impuso bajo la luna menguante su propia doctrina, una donde la mujer tiene derecho a ser libre y divertirse, con sus propios mandatos. Uno de ellos bastante obvio: una loba no codiciará bienes ajenos. ¡CLARAMENTE! Porque una loba no ataca, se defiende.

Miles de personas durante el concierto de la cantante colombiana, este 19 de marzo en Ciudad de México.

En un país machista que asesina a once de sus mujeres cada día, el mensaje de Shakira parecía calar hondamente. Ellas cantaban con profundo sentimiento, un canto hondo que venía a decir que aquí, en estas dos horas, se sentían libres y seguras. “La veo muy libre, dispuesta a vivir el momento”, decía Bárbara, que viajó desde Sonora junto a su madre, Dora. Un largo viaje para no perderse este momento catártico. “Mira que hasta la luna se puso hermosa. Teníamos que mover cielo y tierra para estar aquí. Me gusta verla bailar, me gusta verla divertirse”, aseguraba sonriente la mujer que pagó 20.000 pesos para estar esta noche bajo el hechizo de la loba. Porque fue revelador ver que en el estadio mandaban ellas, los señores, los compañeros, un poco más callados. Era la noche de las lobas, por eso un enorme animal de esa especie salió al final del concierto, apoderándose del escenario, para aullar con la manada. Porque en esta noche de luna menguante se bailaba y se cantaba para sanar las heridas. La manada respondía al aullido de su jefa.

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Sobre la firma

Carlos S. Maldonado
Redactor de la edición América del diario EL PAÍS. Durante once años se encargó de la cobertura de Nicaragua, desde Managua. Ahora, en la redacción de Ciudad de México, cubre la actualidad de Centroamérica y temas de educación y medio ambiente.
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