Las elecciones y la tentación de tumbarse
Son los políticos los que tienen que construir proyectos de futuro. Las personas, como le contaba Kafka a Felice, entran en el futuro cayendo y tropezándose
Malas noticias. Los políticos no están consiguiendo transmitir que tienen, efectivamente, un plan que poner en marcha si ganan las elecciones del 23 de julio. Lo que se está escuchando, sobre todo, son reproches por el tipo de socios con quienes van a firmar unos y otros para gobernar el día después. Así que se imponen los reproches. O peor aún: ruido y más ruido. Es el balance más inmediato que se pudo hacer tras el debate del lunes en televisión, ese balance que se hace de manera espontánea, sin pararse un segundo a reflexionar. Se interrumpieron cada rato, no se entendió lo que decían, poco les importaban los argumentos del adversario, estaban obsesionados por colocar como fuera sus consignas partidistas, pero en realidad no llegaron a presentar —ni a hablar ni a discutir— ningún plan. En España la gente había empezado ya a cocinarse a fuego lento. El calor subía a lomos de un caballo desbocado que galopaba como loco, pero a los líderes de los dos partidos más importantes no se les ocurrió hablar ni un solo momento de cómo combatir esos excesos, las altas temperaturas o también algunas tormentas locas que inundaron las calles de algunas ciudades.
Nos están tomando el pelo, ese podría ser un balance posible del tan mentado cara a cara. No tienen ningún plan cuando de eso trata su trabajo, para eso están. Les toca valorar lo que está ocurriendo y articular las respuestas que permitan que este país mejore, luego está la campaña para explicar lo que quieren, y después se ponen las urnas y los votantes deciden. Son los políticos los que tienen que construir proyectos para que este país sepa cómo enfrentarse a lo que vaya a venir. Cada persona suele andar con frecuencia desbordada por sus líos, peleando con sus circunstancias. Se lo explicó muy bien Franz Kafka a su enamorada Felice Bauer en una de las múltiples cartas que le envió hasta que todo terminó entre ellos. “Por supuesto que no tengo ningún plan, ninguna perspectiva”, le escribió la noche del 28 de febrero al 1 de marzo de 1913, “yo no puedo entrar en el futuro por mis propios pasos; precipitarme en el futuro, rodar en el futuro, tropezar y caer en el futuro, eso sí puedo hacerlo, y lo que mejor soy capaz de hacer es quedarme tumbado”.
La subida de las hipotecas, el precio de la cesta de la compra, la precariedad de muchos salarios, la creciente desigualdad que alimenta los peores resentimientos, la falta de horizontes ante una naturaleza herida, la guerra en Ucrania, etcétera: ante ese panorama, el ser corriente y moliente solo puede precipitarse en el futuro, darse golpetazos en sus esquinas, rodar perdido, meterse una estaca en el ojo. Por eso hacen falta sociedades fuertes, instituciones sólidas y proyectos políticos contrastados para amortiguar los previsibles castañazos. Y de eso tendría que ir una campaña electoral.
Por eso resulta importante atender a la observación final de Kafka, “lo que mejor soy capaz de hacer es quedarme tumbado”. Si las balas vuelan de un lado a otro, y sientes amenazada tu vida, lo más sensato es tirarse al suelo y aguantar ahí, apretando un poco los dientes. Ese es el auténtico peligro de las democracias, y cada vez resulta más real e inquietante: la tentación de quedarse tumbado. El debate del lunes fue el menos visto de todos los organizados hasta ahora en las distintas citas electorales. No es una buena señal.
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