Lucía Mbomío: “La nostalgia es tan grande que incluso la heredamos los hijos e hijas de migrantes”
La periodista publica ‘Tierra de la luz’, una novela donde retrata la realidad de las personas que viven y trabajan bajo los plásticos, en chabolas e invernaderos donde las condiciones laborales y los abusos se mezclan con historias de resistencia y amistad


Después de varios viajes a Haití, Líbano, Almería y Huelva, la periodista Lucía-Asué Mbomío Rubio (Madrid, 43 años) quiso retratar cómo era la vida de las personas que habitaban o trabajaban bajo un mar de plásticos. De ahí, de sus conversaciones con mujeres que vivían en chabolas construidas con plástico y palos o que trabajaban asfixiadas en los invernaderos del sur de España, surge Tierra de la Luz (Ediciones B), una novela de ficción que, con toques de realismo mágico y con unas misteriosas desapariciones como telón de fondo, cuenta cómo es el día a día de miles de trabajadores migrantes. “El libro se llama así porque, en los sitios de luz, las sombras son muy pronunciadas”, explica la periodista. Unas sombras ejemplificadas en la explotación y los abusos que sufren sus protagonistas, tres mujeres que tejen alianzas para enfrentarlos.
Pregunta. Ngolo, una de las protagonistas, es de Guinea Ecuatorial, llega a España en avión para estudiar y acaba en situación irregular tras terminar sus estudios ¿Por qué quiso contar esa historia?
Respuesta. Tenía la necesidad de desmontar la idea monolítica que existe con respecto a la inmigración, no solo en cuanto a la manera de llegar, sino a los sueños, los porqués, las diferentes rutas, pero también expectativas y realidades migratorias estando ya aquí. También me parecía interesante desmontar esta idea, que ahora se está dando mucho, de ‘llegan y lo tienen todo’, cuando muchas veces es todo lo contrario, y explicar hasta qué punto depender de un papel es terrible. Contar que, incluso cuando has venido para estudiar, puede que las cosas se den mal. Cómo de repente buscar curro no solo es un imperativo económico, sino vital. No solo por el dinero, sino por la posibilidad de poder seguir siendo considerado un ser humano en términos de derechos.
P. El miedo y la nostalgia son dos personajes más.
R. Quería que se entendiera el peso que tienen en el día a día de la gente, porque son algo más que sentimientos, marcan sus vidas. De repente tú tienes miedo todo el rato. Miedo a ocupar los espacios públicos, a que te pillen, a que te cacen. A que puedas acabar en un CIE [centro de internamiento de extranjeros], que es una cárcel para personas que no han cometido delitos. Y luego está la nostalgia, que como persona migrante te acompaña toda la vida. Fíjate si la nostalgia es tan grande que incluso la heredamos los hijos e hijas de migrantes. Arrastramos la nostalgia de nuestros padres como una especie de melancolía constante por lo que pudo ser y no fue.
Cuando vives, incluso con normalidad, que haya zonas que están vetadas para gente como tú, no puedes olvidar que la extrema derecha existe, y no solo la de las siglas políticas, sino la que está en la calle
P. En la novela se cuentan aspectos concretos de cómo vive una persona migrante en asentamientos, desde cómo el padrón condiciona tu vida o cómo es ducharte en una chabola de plásticos.
R. Sentía que era una oportunidad de explicar a fuego lento y de aclarar ciertos conceptos. Pero, aparte de por todo eso, es porque creo que todavía sigo estando un poquito encarcelada en la narrativa de la réplica. Da rabia porque, muchas de las cosas que contamos no es para explicar qué somos, sino para explicar qué no somos. Y más, quizá, en este momento de ascenso de la extrema derecha, con un peso de los bulos brutal, con una asunción de mentiras que, de tanto repetirse, parece que se han convertido en verdad de uso común. Era importante dotar de herramientas a quienes vayan a leer esta novela para explicar que emigrar no es fácil en absoluto.
P. Hace unos meses, según el barómetro del CIS, la inmigración era considerada por los españoles el mayor de los problemas.
R. A mí me llamó la atención que a la gente le sorprendiera tanto. Ya en la calle lo notábamos muchas personas. En la hostilidad en el día a día. Lo que pasa es que lo cotidiano no siempre es medible. No puedes medir miradas o comentarios. Pero sí, en las redes sociales ya se estaba viendo. Lo que ha sucedido y lo que quizá llama más la atención es cómo se está dando en la juventud.
P. ¿Por qué cree que ocurre?
R. Lo que sí siento y, no soy socióloga, es que quizá pensábamos que, como lo natural hasta ahora ha sido que las nuevas generaciones fueran más progresistas, todo iba a seguir igual. Quizá nos hemos centrado mucho en los grandes discursos, en los medios convencionales, sin entender que la extrema derecha llevaba un montón de tiempo invirtiendo en redes sociales y que eran, además, sus dueños. A lo mejor nos habíamos parado a escribir muchos libros o a hacer grandes reportajes sin entender que las nuevas generaciones se están informando, sobre todo, en redes sociales. A lo mejor los movimientos requieren de más tiempo, más pausa y es muy difícil condensar ciertas ideas. En cambio, para la extrema derecha es supersencillo, es un sumatorio de eslóganes sin profundidad que calan con muchísima facilidad. Y aparte, a eso se suma la amnesia. La gente no sabe que, en los noventa, aquí había nazis en las calles.
¿Vamos a seguir sin hablar de Guinea hasta que haya pasado tanto tiempo que ya no tenga sentido hablar de Guinea? ¿Eso es lo que queremos?
P. Usted, que nació en los ochenta, vivió el asesinato de Lucrecia Pérez y otros crímenes racistas.
R. Hay muchas generaciones que no tienen ni idea de quién fue Ndombele Augusto Domingos, ni Richard, al que mataron en Alcorcón también, o quién fue Lucrecia Pérez. Mientras que yo no he podido olvidarla porque tenía 11 años y para mí fue un shock. Cuando tú ves eso, cuando sientes desde pequeña que tu cuerpo puede correr peligro, cuando vives, incluso con normalidad, que haya zonas que están vetadas para gente como tú, no puedes olvidar que la extrema derecha existe, y no solo la de las siglas políticas, sino la que está en la calle.

P. En 2012 se fue a vivir un año a Guinea Ecuatorial. ¿Cómo fue reencontrarse con sus raíces?
R. Yo tenía muy clara mi parte segoviana y la alcorconera, pero a mí me faltaba, más allá de los viajes, conocer Guinea. Cuando tienes un progenitor que habla cada día de su vida de ahí, sientes que necesitas volver. Cuando tú enfrentas racismo en tu día a día y tienes a alguien que te dice ‘hay un sitio en el que esto no va a pasar’, construyes tu Ítaca. Configuras tu lugar de origen como una especie de flotador al cual te agarras cuando sientes que te estás hundiendo, y luego vas para allá y te das cuenta de que es un sitio que no conoces, que eres mucho más españolita de lo que crees. En Guinea aprendí mucho. Me ha servido para entender muchas cosas, tanto de mi padre como mías, para desidealizar, también para comprender hasta qué punto la dictadura [en Guinea Ecuatorial] permea en absolutamente todo. Para no solo intuir la desigualdad, sino para verla y que te duela.
P. ¿Cree que en España hay desmemoria del pasado colonial en el continente africano?
R. Guinea se independizó en 1968. Todavía no han pasado ni 60 años. ¿Vamos a seguir sin hablar de Guinea hasta que haya pasado tanto tiempo que ya no tenga sentido hablar de Guinea? ¿Eso es lo que queremos? Hay una huella que está muy presente y que es dolorosa cuando se ve la asimetría a la hora del recuerdo. En Guinea todavía la gente ve Aquí no hay quien viva, y el informativo de las tres de la tarde de la uno es prácticamente una religión. España tenía un peso superimportante en cada una de las casas y, en cambio, aquí no se sabe absolutamente nada. Supongo que hablar de colonialismo implica hablar de abusos.
P. ¿Qué opina de la palabra integración?
R. He vivido dos olores, dos sabores, dos idiomas, dos músicas, dos mundos en mi casa. Y no ha pasado nada. Y soy los dos al mismo tiempo y no me da la gana renunciar a ninguno de ellos. Si por eso no me estoy integrando, pues lo lamento por todas aquellas personas que piensan que la cultura solo es de una forma o solo es una cosa, o que España es lo que digan ellos.
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