Del ‘ouch’ inglés al ‘yakayi’ australiano: el grito universal del dolor
Un estudio demuestra que la interjección del sufrimiento, basada en la vocal “a”, es una de las expresiones más compartidas de la fonética humana


La expresión del dolor une a la humanidad como ninguna otra. Ya sea el ouch que gritan los ingleses, el itai de los japoneses o el ay de los españoles, esta interjección ha demostrado ser un puente lingüístico capaz de conectar culturas. Incluso en lenguas indígenas australianas ―usan yakayi para expresar dolor―, hay una constante: la presencia de la vocal “a”, escrita o pronunciada. Esa es la conclusión a la que ha llegado un estudio publicado en 2024 en la revista Journal of the Acoustical Society of America, después de realizar una investigación doble. Por un lado, examinaron diccionarios de 131 idiomas para ver cómo se reflejan en cada uno de ellos el dolor, la alegría y el asco. Por el otro, consiguieron grabaciones de 166 personas expresando esas emociones en cinco grandes lenguas: español, inglés, japonés, turco y mandarín.
Lograr estas grabaciones, en las que los participantes debían expresar emociones de forma natural, fue un desafío en sí mismo. Aitana García Arasco, coautora del estudio, ideó con el resto del equipo un cuestionario para conseguir que los hablantes de esos cinco idiomas se grabasen expresando dolor, asco y alegría. Algunos se realizaron por internet. “La persona accedía al cuestionario y lo hacía de forma autónoma”, cuenta García en una videollamada desde Lyon, donde está la universidad que ha coordinado este estudio, junto con el Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS por las siglas en francés) y la Universidad de Hong Kong. Ella participó en la recolección de esas expresiones en persona.
La recolección presencial planteó retos éticos y metodológicos. “No, no íbamos por ahí causando dolor físico a los participantes”, comenta García con humor. “La idea”, explica, “es que te imagines a ti mismo cuando te haces daño”, y en ese contexto hacer un esfuerzo por expresar una reacción genuina.
Aunque eso tiene un problema evidente: “Es importante distinguir entre una vocalización espontánea y las que se producen bajo demanda. Los seres humanos tenemos una capacidad singular respecto a otros animales: podemos realizar estos sonidos sin que haya un estímulo real que lo provoque”. Otros estudios han demostrado que, cuando un individuo se da un golpe de forma accidental, se activan las partes del cerebro más primitivas. Con su método, eso no pasa. “Se activan solo las partes encargadas del lenguaje”, explica. Pero para los objetivos del estudio, era suficiente.
Estuvo un mes entre Kioto y Tokio, donde dos investigadores de su campo le pusieron en contacto con estudiantes que le sirvieron como sujetos para el estudio. “Hace falta un poco de intimidad para que estén tranquilos”, cuenta García, así que ella les dejaba solos para que pudieran completar el cuestionario con total libertad. Primero les preguntaba por su edad, sexo, si han vivido en otros países, si hablan otros idiomas o la exposición a redes sociales. “La globalización que han generado las redes sociales y el aprendizaje de otros idiomas puede modificar la identidad cultural y las reacciones de la gente”, explica.
Después, García les presentaba hasta 15 situaciones ficticias. Los estudiantes tenían que reaccionar a esa situación imaginaria de la forma más realista posible. “Una de ellas era, por ejemplo, imaginar que habías ganado un premio y tenías que ir a celebrarlo con tus amigos y tu familia. ¿Cómo te expresarías para mostrar alegría?”. En el caso de idiomas como el turco o el mandarín, el proceso se gestionó íntegramente en línea. Los participantes accedían a un estudio virtual donde, tras responder preguntas básicas, grababan las vocalizaciones solicitadas. El dolor, concluyeron, no solo es una experiencia fisiológica universal, sino también fonéticamente global. La vocal “a”, producida con la boca abierta, es el centro acústico de esta expresión.
El impacto de las normas sociales
Esto contrasta con el asco y la alegría, emociones que no muestran patrones tan consistentes. “En todas las sociedades hay unas normas culturales, y estas modulan los sonidos que hacemos al reaccionar a ciertas situaciones”, explica la investigadora. “Pero el dolor es universal, es dolor en Francia, en España o en Japón, es una respuesta fisiológica directa, tiene una parte biológica muy importante”.
El hecho de que la “a” esté sobrerrepresentada sugiere que palabras como “ouch” (pronunciado “auch”) y “yakayi” han sido moldeadas por los sonidos involuntarios que hacemos para señalarnos mutuamente dolor o angustia, afirma Katarzyna Pisanski, otra de las investigadoras del estudio, en la revista Scientific American.
Aun así, esta expresión también contiene diferencias relevantes. En sociedades más expresivas, como las mediterráneas, es común verbalizar el dolor de manera abierta, mientras que en culturas más reservadas, como la japonesa, las expresiones suelen ser más contenida.
García Arasco destaca que este condicionamiento comienza en la infancia. “Un bebé llora igual en cualquier parte del mundo, pero con el tiempo aprende a ajustar su expresión a las normas sociales”. Un ejemplo claro es la risa: en España, reír en voz alta se percibe como una señal de alegría, mientras que en Japón se considera de mala educación, y muchas personas se cubren la boca al hacerlo.
La idea de investigar esta conexión universal surgió de una observación casual de Maïa Ponsonnet, lingüista francesa y autora principal del estudio. Detectó similitudes sorprendentes entre las interjecciones de dolor en una lengua indígena australiana, que Ponsonnet estaba estudiando en ese momento, y el francés.
“Pensó que estas coincidencias podían no ser casualidad y se preguntó si habría patrones acústicos comunes en otras lenguas”, explica García. El objetivo de este y otros estudios similares es explorar cómo las vocalizaciones humanas no lingüísticas están conectadas con el origen y desarrollo del lenguaje humano. “Hay grandes preguntas sin respuesta sobre cómo entra en escena el lenguaje, cómo aprendemos a modular y articular sonidos para establecer lenguas modernas”.
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