11 claves del caso Pelicot
El juicio contra Dominique Pelicot y otros 50 hombres que comenzó el pasado 2 de septiembre tendrá mañana sentencia
El lunes fue la última sesión del que quizás sea uno de los juicios más mediáticos, más impactantes y más globalizados de la última década. Por dos cuestiones. La primera, el caso en sí mismo. Durante una década, entre 2011 y 2020, Dominique Pelicot contactó con decenas de hombres a través de Internet para invitarlos a su casa, y también para invitarlos a violar a su mujer, Gisèle Pelicot, después de que él la drogara con ansiolíticos. No había dinero ni ningún tipo de intercambio, solo pedía poder grabar las agresiones. Al menos 72 hombres pasaron por esa casa de Mazan, un pueblo al suroeste de Francia. La segunda cuestión ha sido lo inusual del proceso, que Gisèle Pelicot quiso a puerta abierta para que, según contó durante las primeras sesiones del juicio, la vergüenza cambie de bando.
Frente al pacto de silencio de decenas de hombres durante años, resguardados tras la certeza de que ninguno hablaría, la convicción de una mujer que cuando supo qué había pasado decidió que no era ella la que tenía que esconderse, y que no quiso más silencio. Aquí, algunas claves de este caso que mañana, jueves 19 de diciembre, tendrá sentencia.
El juicio. Ha durado 15 semanas, comenzó el lunes 2 de septiembre en Aviñón y se alargó hasta este pasado lunes, 16 de diciembre. Ese día, solo 16 de ellos pidieron disculpas a Gisèle Pelicot; alguno sigue sin reconocer lo que hizo aún a pesar de estar grabado; Dominique Pelicot, que no negó nada durante todo el proceso, empezó su último alegato “alabando la valentía” de su mujer.
Los acusados. Dominique Pelicot, de 71 años, es el principal acusado, admite todos los hechos que se le imputan y hace frente a una pena de 20 años de cárcel, el máximo para el delito de violación en Francia. Hay otros 50 imputados, para 49 de ellos la Fiscalía pide entre 10 y 18 años de cárcel por agresión sexual y violación agravada; para otro, ha solicitado cuatro años de prisión por “tocamientos”. Y hay, además, y al menos, otros 21 hombres que no han podido ser identificados.
Los perfiles. No los hay, y es una de las cuestiones que se ha visto reflejada de forma más nítida en este caso. Contra la idea establecida en el imaginario social sobre quienes cometen agresiones hay una realidad que choca de frente: son hombres de cualquier edad, cualquier origen y cualquier profesión. Los acusados tenían entre 27 y 74 años de edad, la mayoría de ellos de pueblos a no más de una hora de Mazan ―el lugar donde vivían los Pelicot y donde se produjeron las violaciones―, y entre ellos había, por ejemplo, un entrenador deportivo jubilado de 69 años, un hombre en paro de 40, un fontanero de 54, un albañil de 43 o un exsoldado de 27. Muchos buenos hijos, buenos padres, buenos amigos, buenos hermanos, buenos abuelos.
El discípulo. Jean-Pierre Maréchal tiene 63 años y era conductor de una cooperativa agrícola. La prensa francesa lo llama “el discípulo” de Dominique Pelicot porque no agredió a la mujer del principal acusado pero con él “aprendió” a agredir a la suya, Cilia M, de 53 años. Llevaban 30 años casados y tienen tres hijos. Pelicot y él la fotografiaron, la drogaron con los mismos ansiolíticos que usaba Pelicot para el resto de agresiones y la violaron al menos 12 veces.
El monstruo. Es común en torno a la violencia sexual denominar como monstruos a los hombres que la perpetran, pero son, en su mayoría, hombres perfectamente integrados en la sociedad. La acepción de monstruo, explican insistentemente expertas, teóricas y especialistas de todos los ámbitos desdibuja precisamente uno de las bases de esta violencia: su estructuralidad, su no excepcionalidad, su extensión. Gisèle Pelicot, al declarar ante la policía, habló de su marido como “un tipo genial”. Y Cilia M., la mujer de Jean-Pierre Maréchal, dijo ante el tribunal que “era un hombre estupendo”, “un padre muy protector” con el que “todo fue siempre muy bien”.
Coco. Es el nombre de la plataforma donde Pelicot encontró al resto de agresores, estuvo activa entre 2003 y el pasado junio, cuando la policía francesa consiguió clausurarla. Como esta, muchos otros espacios online sirven cada día de plataforma, lugar de reunión y contacto de agresores, entre ellos y con sus víctimas. Los delitos sexuales cometidos en la red o a través de ella son crecientes en todos los países, sobre todo, contra menores.
El pacto de silencio. La violencia sexual, como muchas otras formas de violencia machista, se ha mantenido históricamente a través del silencio. El de las víctimas, por miedo o vergüenza; el obvio de los perpetradores; y también de quienes en algún momento conocen que se ha ejercido esa violencia. En este caso, el silencio ha sido aún más esencial para mantener ese delito continuado: durante una década, decenas de hombres estaban agrediendo a una mujer inconsciente, sabían que otros lo estaban haciendo, se dejaban grabar, Dominique Pelicot grababa, y todos supieron que ninguno iba a delatar al resto.
La sumisión química. Es una de las formas de ejercer violencia sexual aún más infraestimada, pero cada vez más conocida, más estudiada, analizada e incluida en la estadística. La sumisión química suele ser oportunista, es decir, que alguien aprovecha el consumo voluntario de otra persona de alcohol o estupefacientes para ejercer violencia. La otra, la proactiva, la que se dio en el caso Pelicot, que consiste en drogar a alguien sin su conocimiento para agredirla, es la menos común, según los datos disponibles, aunque como en este caso, ocurre a veces. La cuestión en esta última está en la dificultad a veces para identificarla. Gisèle Pelicot fue al médico durante años con dolor de cabeza, pérdida de memoria y otros síntomas y jamás pensó que detrás de todo eso había una red organizada por su marido para violarla.
La heroína. Gisèle Pelicot se ha convertido ya no solo en un icono sino en la imagen de una sociedad que avanza más rápido que nunca en los últimos años frente a la violencia sexual y otras formas de violencia machista. Su decisión de no esconderse, porque no tiene por qué hacerlo, de abrir las puertas de ese juicio para que el mundo pudiera saber qué había pasado y quiénes habían perpetrado la violencia, la ha convertido en la destinataria de adjetivos y sustantivos como “heroína” o “valiente”. Lo es. Pero hay otra cara en este poliedro que conforma todo lo que hay en torno a esta violencia, y es por qué lo es: si la sociedad, y el sistema, estuvieran preparados para atajar y tratar esa violencia, y funcionaran sin grietas para proteger a las víctimas, no juzgarlas, creerlas y no responsabilizarlas en mayor o menor grado de sus propias agresiones, las mujeres no tendrían que luchar doblemente, contra la violencia que han recibido y contra ese sistema y la sociedad. En este caso era casi imposible que todo se diera de distinta forma porque había pruebas, miles, que lo demostraban. Pero, ¿qué hubiese pasado si no hubiese habido ni una sola grabación, ni una sola foto, ni un solo rastro en Internet?
Nunca es solo una víctima. Cuando se produce una violación, la víctima directa es quien la sufre, pero la violencia se dispara siempre en múltiples direcciones, y las consecuencias también. Las agresiones afectan de una u otra forma a familias al completo. La hija y los dos hijos de Dominique y Gisèle Pelicot, y sus nietos, son el ejemplo en este caso. Caroline Darian, de la que también se encontraron fotos desnuda entre el material de su padre, dijo sentirse “una víctima olvidada” del proceso porque no hay nada que indique si hubo o no violencia física y directa contra ella. Florian, de 38, el menor, le pidió a su padre en una de las sesiones que si tenía dignidad, le dijera la verdad a su hermana. El mayor, David, de 50 años, dijo en el juicio que su infancia “había sido borrada”. De entre todos los lugares donde se produce la violencia, es la familia el espacio aún más desconocido, más oculto y más protegido.
La frase. La vergüenza tiene que cambiar de bando se ha convertido ya en uno de los lemas frente a la violencia sexual que, sin embargo, tiene más de 40 años. La pronunció por primera vez Gisèle Halimi, la abogada que llevó el caso Tonglet-Castellano, también conocido como el proceso d’Aix-en-Provence —ciudad donde se produjo el 2 y 3 de mayo de 1978—, que supuso una ruptura social, política y legislativa en torno a la violación. Anne Tonglet y Araceli Castellano, una pareja de belgas, fueron violadas por tres hombres la noche del 21 de agosto de 1974 en una cala cerca de Marsella. Y, como ha hecho ahora Gisèle Pelicot, ambas, empujadas por su abogada, Halimi, quisieron que el juicio fuese a puerta abierta para que la sociedad, en violencia sexual, mirara en la dirección correcta: a los agresores.
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