Carlos de Inglaterra quiere ser un rey activista
La insinuación de que está dispuesto a traspasar la barrera constitucional, que siempre ha respetado su madre, puede resultar muy peligrosa para sus aspiraciones al trono
Carlos de Inglaterra quiere ser en un rey activista que seguirá volcado en las causas medioambientales, la defensa de la medicina alternativa o mayores regulaciones en el desarrollo urbanístico, como viene haciendo en los últimos y largos años de espera en calidad de príncipe heredero. Por supuesto, si consigue si finalmente acceder al trono que detenta desde hace más de seis décadas su octogenaria madre, Isabel II, todavía dotada de una excelente salud y en absoluto dispuesta a abdicar bajo ningún concepto.
La resolución del príncipe de Gales, confirmada en una entrevista con el diario Financial Times, ha vuelto a despertar las suspicacias de quienes denuncian su conocida franqueza a la hora de expresar opiniones sobre diversos asuntos de calado nacional, faltando a la exigencia de neutralidad de la monarquía británica. El mismo fin de semana en que el periódico publicaba las confesiones de Carlos, un antiguo ministro laborista confirmó en un programa de la BBC que el heredero trató en su día de influir en las decisiones del gobierno de Tony Blair sobre cuestiones de educación. El príncipe, explicó el ex ministro David Blunkett, quiso convencer al gabinete para que abriera más escuelas públicas de ingreso selectivo según méritos académicos (grammar schools). Y “no le gustó” cuando su petición fue rechazada.
Las revelaciones de Blunkett, y también las del ex titular de Medio Ambiente Michael Meacher explicando que el heredero quiso abordar con él asuntos sobre el cambio climático, se producen cuando el Tribunal Supremo está pendiente de decidir si la prensa –a petición del diario The Guardian- tiene derecho a acceder a las cartas que Carlos dirigió a diferentes ministerios entre 2004 y 2005. Porque el acuerdo con la casa real “es que sus miembros se mantengan al margen de la política”, acaba de advertir el grupo Republic, que aboga por la supresión de la monarquía.
El príncipe parece seguir haciendo oídos sordos a esas demandas, como demuestra el contenido de la inusual entrevista con el Financial Times. En puridad lo que dijo es que, una vez erigido en rey, quiere seguir al frente del ramillete de organizaciones caritativas que promueve, con notable éxito en el caso por ejemplo en su trabajo con jóvenes procedentes de los medios más desfavorecidos. O en los esfuerzos por preservar edificios históricos frente a la presión de los especuladores inmobiliarios. Pero sus palabras han sido interpretadas como una vocación de dejar huella en el Reino Unido con una intervención que podría rebasar los límites constitucionales.
“El problema en mi caso –subraya Carlos en la entrevista- es que he intentado brindar sugerencias a lo largo de los últimos 35 o 40 años y, aunque nunca fue fácil, de repente acabo de descubrir que esas opiniones empiezan a atraer a la gente”. Tiene razón a medias. A sus 65 años y felizmente casado en segundas nupcias con Camilla es más popular que en su juventud, o sobre todo que en los tiempos del Dianagate, su separación de lady Di en la que afloraron todos los trapos sucios del matrimonio. Pero la insinuación de que está dispuesto a traspasar la barrera constitucional que siempre ha respetado su madre puede resultar muy peligrosa para sus aspiraciones de sentarse algún día en el trono.
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