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Degenerados: el arte que odió Hitler

En 1937, los nazis montaron una exposición de 700 obras de arte moderno para ridiculizar a los Picasso, Kandinsky, Klee o Chagall, a quienes consideraban “enfermos mentales” y “escoria”. El Museo Picasso de París evoca ahora una de las grandes vergüenzas en la historia del arte

Adolf Hitler y su ministro de Educación y Propaganda, Joseph Goebbels, inauguran la muestra Arte degenerado en 1937.
Adolf Hitler y su ministro de Educación y Propaganda, Joseph Goebbels, inauguran la muestra Arte degenerado en 1937.Heinrich Hoffmann (Ullstein Bild
Borja Hermoso

Los museos, esos recipientes de arte y de historia. Entrar en uno te puede deparar al mismo tiempo lo mejor y lo peor. El arte —el bueno— proporciona placer, y la historia, en una amplia proporción de sus épocas, proporciona horror. Por supuesto, lo mejor de la exposición El arte degenerado. El proceso del arte moderno bajo el nazismo, que acoge el Museo Picasso de París hasta el 25 de mayo, es la propia selección de pinturas y esculturas: 59 obras de toda una embajada del arte moderno del siglo XX, presentes en París gracias a los préstamos de numerosos coleccionistas privados y museos de Alemania, Francia, Estados Unidos, Suiza, España, Bélgica… Lo peor va incorporado en el mismo título de la muestra. Hitler y sus jerarcas llamaban así, “degenerados”, a los pintores expresionistas y a los cubistas, a los dadaístas y a los abstractos. A Picasso. A Chagall. A Matisse. A Kandinsky. A Klee. A Kokoschka. A Grosz. A Dix. A los del grupo Der Blaue Reiter (el jinete azul). A los del grupo Die Brücke (el puente). A tantos otros. A todos aquellos que no se limitasen a copiar de manera naturalista —y preferentemente en versión heroica— a los seres, los lugares y las cosas de la vida.

Todos ellos eran “escoria”, “degenerescencia” de la especie humana, según el término difundido por el escritor húngaro Max Nordau en su panfleto de 1892 Degeneración. Había que vigilar, controlar y ridiculizar aquellas obras, con especial dedicación a las de los artistas judíos o bolcheviques…, que para los nazis eran casi todos. Y lo hicieron con una exposición de 700 de ellas en Múnich, en el verano de 1937. O destruirlas: quemaron 5.000. Incluso acabar con sus autores: ocurrió en no pocos casos.

Cartel de la muestra 'Arte degenerado' (1937, Múnich). Obra de Otto Freundlich, presente en la muestra de París.
Cartel de la muestra 'Arte degenerado' (1937, Múnich). Obra de Otto Freundlich, presente en la muestra de París.Christophe Fouin (mahJ)

Algunas de esas pinturas y esculturas presentes en el extraordinario conjunto expuesto ahora en París son verdaderos clásicos dentro de ese arte centroeuropeo del primer tercio del siglo XX odiado por Hitler. Es el caso de obras como Calle de Berlín (1913), de Ernst Ludwig Kirchner, prestada por el MoMA de Nueva York; Metrópolis (1916), de George Grosz, procedente del Museo Thyssen de Madrid; Rabino (1923-1926), de Marc Chagall, prestado por el Museo de Arte de Basilea, o Encuentro en la playa (1909), de Emil Nolde, que viene de Alemania. Muy cerca cuelgan Impresión 28 (1912), de Vassily Kandinsky, propiedad del Museo Guggenheim de Nueva York, y L’Arlésienne, de Van Gogh (1888), que apenas ha tenido que cruzar el Sena para viajar desde el Museo de Orsay hasta el Museo Picasso. ¿Y el propio Picasso? Arquetipo de artista degenerado y comunista para los nazis, seis son sus obras presentes aquí: Acróbata y joven arlequín (1905), Desnudo sentado secándose el pie (1921), Libro, cesta de frutas y mandolina (1924), Bebedora de absenta (1902), La familia Soler (1903) y Jarrón y frutas sobre una mesa (1909).

Obras de Kirchner, Belling y Van Gogh, en el Museo Picasso de París, en la exposición 'El arte degenerado'.
Obras de Kirchner, Belling y Van Gogh, en el Museo Picasso de París, en la exposición 'El arte degenerado'. Ed Alcock
Visitantes de la exposición de París, ante la obra 'La familia Soler', pintada por Pablo Picasso en 1903.
Visitantes de la exposición de París, ante la obra 'La familia Soler', pintada por Pablo Picasso en 1903.Ed Alcock

Esta reconstrucción a escala reducida de aquella ignominia perpetrada hace 88 años por Hitler y Goebbels con la inestimable colaboración de Adolf Ziegler, el pintor favorito del Führer, se abre al visitante con una sala donde reposa en una vitrina la guía original de la exposición maldita de Múnich. La foto reproduce una cabeza de piedra inspirada en los moáis de la isla de Pascua, y fue esculpida por Otto Freundlich, amigo de Picasso. Freundlich fue un artista polaco de origen judío que buscó refugio en Francia huyendo de los nazis. En 1943 fue detenido por la policía francesa de Vichy y enviado, primero, al campo de concentración de Gurs y luego al de Drancy. Finalmente fue deportado e internado y asesinado en el campo de Sobibor o en el de Majdanek, los datos no son concluyentes. Otros artistas corrieron la misma o parecida suerte. Ernst Ludwig Kirchner, que había fundado el grupo Die Brücke, se suicidó en 1938 al enterarse de que cientos de sus obras habían sido sacadas de Alemania o destruidas. La pintora alemana Elfriede Lohse-Wächtler, otra degenerada presente en la exposición del Museo Picasso, fue internada en 1940 en un hospital de Hamburgo con depresión nerviosa, esterilizada a la fuerza y finalmente exterminada dentro del programa Aktion T4, con el que los nazis pretendían acabar con los enfermos mentales.

En esta misma sala, sobre la inmensa pared de enfrente, hay un enorme friso con los ¡1.400! nombres de los artistas considerados en su día como degenerados. Y de entre ellos, en grafía más oscura, aquellos que protagonizan esta muestra en el Museo Picasso. De las 60 obras malditas presentes en ella, prácticamente la mitad estuvieron en la exposición de 1937 en Múnich, aunque en aquella ocasión rodeadas de insultos escritos en las paredes y escupidas por muchos de los visitantes. Muchas de ellas lucen hoy en su bastidor la inscripción “EK” (Entartete Kunst, arte degenerado) y el número de inventario con que fueron confiscadas. Quien quiera profundizar en el tema, puede visitar la web del Victoria & Albert Museum de Londres, que salvaguarda el inventario de 482 páginas de aquellos artistas y sus obras confiscadas, vendidas o destruidas.

'Muchacha helada', escultura en madera de Ernst Barlach (1917).
'Muchacha helada', escultura en madera de Ernst Barlach (1917). Ed Alcock

“Hemos querido rendir un homenaje a la belleza de todas estas obras de arte y también reconstruir el relato de la forma en que los nazis las ridiculizaron y prohibieron. La idea de contar esta historia a la vez aterradora y apasionante tiene lugar ahora gracias a los hallazgos recientes que se han producido en Alemania y a las investigaciones realizadas desde hace años por instituciones como la Universidad Libre de Berlín o el Centro de Investigaciones sobre el Arte Degenerado de Hamburgo, con quienes hemos trabajado estrechamente”, explica Johan Popelard, comisario de la exposición del Museo Picasso.

“Mis gustos son como Alemania: han cambiado para mejor”, dijo Joseph Goebbels, que había admirado la obra de uno de los artistas ‘degenerados’, Emil Nolde

El hecho de que un gran número de familias judías francesas —como los Goldschmidt-Rothschild, propietarios de L’Arlésienne, de Van Gogh— fueran también víctimas de expolio artístico por parte de los nazis durante todo el periodo de la Ocupación (1940-1944) es una razón añadida para la celebración de una exposición así en París. Y no solo en París, sino en concreto en el barrio donde se encuentra el Museo Picasso, Le Marais, hoy reluciente meca de la gentrificación turística pero antiguo gueto judío de la capital francesa. A cinco minutos a pie se encuentra el Museo de Arte e Historia del Judaísmo.

La campaña contra el arte degenerado iba directamente contra los artistas presentes en las colecciones públicas de los museos alemanes de la época, como los de Berlín, Wuppertal, Dresde, Colonia, Düsseldorf, Érfurt… Hay que recordar que Alemania, especialmente durante la República de Weimar (1918-1933), fue un país pionero en la entrada de obras de arte moderno en colecciones públicas. Ningún otro país podía entonces comparársele en cuanto al número de obras procedentes del cubismo, el expresionismo, el dadaísmo y la nueva objetividad, entre otros movimientos de vanguardia. Unas 20.000 de esas obras fueron confiscadas de las colecciones públicas por parte de los nazis en varias oleadas.

Colas ante la exposición Arte degenerado de 1937 en Múnich.
Colas ante la exposición Arte degenerado de 1937 en Múnich.Getty Images

Esta policía del arte tenía la forma de una comisión liderada por el propio Joseph Goebbels y por su fiel colaborador, el artista nazi Adolf Ziegler. Ellos fueron los responsables de establecer las fronteras entre el arte aceptable y el inaceptable. El caso de Goebbels es bien paradójico. El siniestro ministro de Educación Pública y Propaganda del III Reich entre 1933 y 1945 había sido un admirador de uno de esos degenerados, el pintor expresionista Emil Nolde. Goebbels, licenciado en Filología Germánica, había llegado a escribir poemas de carácter expresionista y era lo que suele denominarse “una persona de inquietudes culturales”. Pero las claras directrices con respecto a la “peligrosidad” y “decadencia” de los artistas de vanguardia le hizo cambiar de gustos. “Mis gustos son como Alemania: han cambiado para mejor”, le habría dicho al historiador Eberhard Hanfstaengl, director de la Galería Nacional de Berlín (según la versión del excelente cómic de reciente publicación Deux filles nues (dos chicas desnudas), de Luz, antiguo ilustrador de la revista satírica Charlie Hebdo y superviviente del atentado de 2015 que costó la vida a 12 de sus compañeros). Otro caso curioso es el de Rudolf Hess, lugarteniente de Hitler y seguidor del pintor alemán (y degenerado, y presente en la exposición de París) Georg Schrimpf. A petición de Schrimpf, que iba a ser expuesto en la muestra Entartete Kunst de 1937, Hess llamó a Goebbels y le exigió que lo sacara de esa lista maldita. Las pinturas no fueron retiradas porque Goebbels le respondió: “Como tenga que sacar de la exposición todos los cuadros que me piden…, me quedo sin exposición”.

El 18 de julio de 1937, un día antes de que la exposición del arte degenerado abriera sus puertas en el Instituto Arqueológico de Múnich, Hitler inauguraba en la misma ciudad la gran exposición sobre el arte oficial alemán. El Führer pronunció un violento discurso contra aquellos artistas “cretinos”, “locos” y “enfermos mentales”. Para él se trataba de una tarea de purificación. Un proceso de “cura” del pueblo alemán —del auténtico pueblo alemán, ario, antisemita, militarista y expansionista— que lo salvaguardara de aquella escoria hecha de artistas bohemios pero capaces de vender sus obras por mucho dinero. Y no hay que pasar por alto un detalle: Hitler era, además de un alma purificadora en nombre de la raza aria, un pintor fracasado. En su autobiografía Mein Kampf (Mi lucha) dejó claro que su ideal era ganarse la vida como artista. Intentó dos veces ingresar en la Academia de Bellas Artes de Viena… y en las dos fue rechazado (1907 y 1908). Cuánto pudo haber de envidia hacia todos aquellos artistas —degenerados, sí, pero de éxito— es algo difícil de cuantificar y fácil de sospechar.

'El Rabino' (1912), de Marc Chagall, otra de las obras 'degeneradas' expuestas en el Museo Picasso de París.
'El Rabino' (1912), de Marc Chagall, otra de las obras 'degeneradas' expuestas en el Museo Picasso de París.VG Billd Kinst

Muchos de aquellos visitantes de la exposición de julio de 1937 coincidían con las críticas y los insultos de los jerarcas nazis contra el arte moderno. Pero había otra parte del público que acudía sencillamente para contemplar obras maestras del arte que, en algunos casos, serían destruidas, y en otros, vendidas o desaparecidas. En ese sentido, y aunque sea una paradoja extrema, los nazis convirtieron aquello en una insólita caja de resonancia para que los grandes artistas modernos de Alemania fueran más conocidos. Más de dos millones de personas visitaron estas exposiciones de artistas indeseables celebradas en Múnich, primero, y luego en otras ciudades de Alemania y Austria. Fueron visitadas por muchísima más gente que la que Hitler, Goebbels, Goëring y compañía dedicaron de forma simultánea también en Múnich al arte oficial alemán. Aquel que pregonaba los ideales de la raza aria, el superhombre y la pureza racial, plagado de delicados rostros femeninos, paisajes bucólicos y esculturas griegas y romanas.

La muestra de París plasma con documentos, recortes de prensa y cartas no solo esa vocación purificadora de los nazis, sino su predisposición a hacer caja con esos artistas que tanto odiaban. Mataban dos pájaros de un tiro: sacaban fuera del país las obras de los indeseables, preservando “la pureza de Alemania”, y además algunos galeristas simpatizantes del III Reich, como Hildebrand Gurlitt, obtenían buenos réditos por ello. Ejemplo de todo esto fue la gran subasta de arte degenerado celebrada en Lucerna (Suiza) en junio de 1939, de la que el bueno de Gurlitt se llevó un buen botín. Esas obras y muchas más fruto de su rapiña contra coleccionistas judíos se las dejaría a su hijo, Cornelius Gurlitt, propietario de una extraordinaria colección de picassos, noldes, matisses y monets que salió a la luz en 2013 tras permanecer oculta años y años en un enorme piso de Berlín.

Esta vergüenza histórica no parece tener una fácil solución. Hasta hoy, y a diferencia de países como Francia y Austria, en Alemania no hay una ley de restitución de obras de arte confiscadas a familias judías, ni una base legal vinculante para los herederos de las víctimas que les permita presentar demandas de restitución prescritas. La reciente creación de tribunales de arbitraje no parece haber resuelto el problema. A veces, la historia también lo es: degenerada.

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Sobre la firma

Borja Hermoso
Es redactor jefe de EL PAÍS desde 2007 y dirigió el área de Cultura entre 2007 y 2016. En 2018 se incorporó a El País Semanal, donde compagina reportajes y entrevistas con labores de edición. Anteriormente trabajó en Radiocadena Española, Diario-16 y El Mundo. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra.
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