Auge y caída de Olaf Scholz
El socialdemócrata, que se somete el lunes a una moción de confianza, ha sido un mal canciller, pero no hay que subestimarlo como candidato
Desde la década de 1970, todos los cancilleres alemanes han sido reelegidos al menos una vez. Olaf Scholz va camino de convertirse en el primero en ser expulsado del cargo tras un único mandato truncado. Su coalición tripartita, formada por su partido, el SPD —socialdemócrata—, Los Verdes y los liberales (FDP), se deshizo a principios de mes por culpa de las desavenencias respecto a la política económica. En febrero se celebrarán elecciones anticipadas.
El destino del SPD debería servir de advertencia para los laboristas y otros partidos de centroizquierda en Europa. La victoria de Scholz en 2021 fue bastante parecida al triunfo electoral de Keir Starmer. Tras los 16 años del largo reinado de Angela Merkel, los alemanes querían un cambio. Al igual que los laboristas, también el SPD prometió un aumento de la inversión pública. En Alemania, la mayor parte se destinó a las energías renovables. Pero pronto se llegó al punto en que el reglamento para la industria de cero emisiones netas empezó a afectar a las empresas y a los consumidores. La primera gran reacción en contra se produjo a raíz de la ley de calefacción doméstica, que obligaba a los propietarios a sustituir las calderas de gas por costosas bombas de calor. Esto provocó una caída de los precios de la vivienda en algunas partes del país.
La coalición de Scholz fue también una de las que más apoyó el Pacto Verde de la UE, con sus objetivos obligatorios de CO₂ para las empresas de automóviles, el plazo tope de 2035 para acabar con los vehículos de combustión, una ley de restauración de la naturaleza que obliga a los agricultores a retirar tierras de cultivo y, ahora, una ley de deforestación igualmente controvertida. Todo esto, unido a la legislación sobre la responsabilidad social de las empresas, ha supuesto un gran aumento de los costes y el papeleo para las empresas. El varapalo electoral contra Scholz y Los Verdes representa la primera revuelta popular contra el cero emisiones en Europa. No será la última.
Los reiterados y continuados errores de juicio sobre la política energética han desempeñado un papel importante en la caída del Gobierno alemán. Durante las dos primeras décadas de este siglo, Alemania se volvió excesivamente dependiente del gas ruso. El SPD fue el partido que más invirtió en la relación política con Rusia. También fue la época en que Alemania empezó a abandonar progresivamente la energía nuclear, una tecnología en la que los científicos alemanes destacaban, pero que provocaba recelos en la opinión pública. La pérdida del gas ruso y de la energía nuclear ha dejado a la economía sin impulso en la era de la Inteligencia Artificial. Hace solo un año, Scholz pronosticaba que las inversiones en la transición ecológica llevarían a Alemania a las tasas de crecimiento del milagro económico de las décadas de 1950 y 1960. Realmente se creyeron el cuento de hadas de la energía verde barata e ilimitada. La realidad económica no podía ser más distinta.
Cuando Christian Lindner, ministro de Economía y presidente del FDP, exigió un giro de 180 grados en la política económica a principios de otoño, la coalición iba de cabeza al precipicio. Para evitar la dimisión de Lindner, Scholz decidió despedirle y acabar él mismo con la coalición. Pero no era el mejor momento. Lo hizo el día en que Donald Trump se proclamaba vencedor de las elecciones en Estados Unidos, un momento poco propicio para una crisis política en el país más grande de la UE.
Y luego las cosas empeoraron. La prensa alemana llevó a cabo una campaña implacable para empujar al SPD a sustituir a Scholz por Boris Pistorius, el popular ministro de Defensa, como candidato a canciller en las próximas elecciones. En el debate intervinieron exdirigentes del SPD, unos a favor de Scholz, otros del lado de Pistorius. Pero justo cuando un golpe contra Scholz parecía al menos posible, Pistorius decidió no presentarse. El episodio dejó a Scholz como candidato debilitado de un partido debilitado.
Y todavía no se ha acabado. Scholz ha sido un mal canciller, pero yo no lo subestimaría como candidato. Su prudencia respecto al suministro de armas a Ucrania tiene eco en muchos votantes. Rechaza de plano la entrega de misiles de crucero Taurus de fabricación alemana, el único sistema de misiles que podría haber dado a Ucrania la oportunidad de recuperar la ventaja en la guerra si se hubieran entregado mucho antes. Si Trump impusiera un acuerdo de paz entre Rusia y Ucrania, supongo que Scholz reclamará parte del mérito. La toma de posesión de Trump un mes antes de las elecciones alemanas añade un elemento de imprevisibilidad. Pero si Scholz consiguiera dar un vuelco a la situación, su remontada sería de una magnitud mayor que la que logró Gerhard Schröder en 2005. Así y todo, aquel año Schröder perdió las elecciones por un estrecho margen. De todos los resultados imaginables, un repunte de moderado a fuerte es lo mejor a lo que puede aspirar el SPD. Pero también podría ocurrir lo contrario.
Independientemente del resultado, el SPD podría acabar en el Gobierno como socio de coalición menor, como ocurrió con Merkel. Es la historia de la compleja aritmética de un sistema electoral de representación proporcional. Dado que todos los partidos de centro de Alemania han erigido cortafuegos políticos frente a la renacida y ultraderechista Alternativa para Alemania, se han colocado en una posición en la que solo pueden gobernar si forman coaliciones unos con otros. Según los sondeos actuales, Friedrich Merz, líder de la Unión Demócrata Cristiana (CDU), tiene más posibilidades de convertirse en el próximo canciller. Pero para gobernar, tendría que formar una coalición, probablemente con el SPD o con Los Verdes. Ni siquiera estoy seguro de que el SPD se esté jugando la victoria. Parece que se juegan el segundo puesto.
¿Y después qué?
Una gran coalición no sería más fácil de gestionar que la que acaba de derrumbarse. Merz se enfrentaría a problemas similares a los de Scholz.
Mientras tanto, el declive de la industria alemana prosigue inexorablemente. Semana tras semana nos llegan noticias de despidos y cierres de fábricas en el sector del automóvil y sus proveedores. Esto es lo que ocurre cuando un país con una tecnología obsoleta llega a la economía del cero neto en medio de un conflicto geopolítico.
El sociólogo germanobritánico Ralf Dahrendorf llamó en su día al siglo XX el siglo socialdemócrata. No terminó con la Guerra Fría. En Alemania hubo prórroga. Pero está terminando ahora.
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