_
_
_
_

Rebecca Solnit: “Es alentador que a Trump y a la machosfera les irriten tanto las conquistas del feminismo”

La escritora, una de las feministas más destacadas de Estados Unidos, habla con motivo del 8-M sobre los ataques a la autonomía de las mujeres en Estados Unidos

La escritora Rebecca Solnit, durante el pasado Hay Festival, de Querétaro (México), celebrado en septiembre de 2024.
La escritora Rebecca Solnit, durante el pasado Hay Festival, de Querétaro (México), celebrado en septiembre de 2024.Daniel Mordzinski
Iker Seisdedos

Hay autores que alcanzan una inmortalidad reservada a muy pocos: acuñar en su obra un término que acabe siendo de uso común. Está “la habitación propia” de Virginia Woolf, la situación irresoluble que describe la “trampa 22″ de Joseph Heller, y la “neolengua” de George Orwell, esa artimaña de encubrimiento totalitario con el manto de las palabras. Pese a que suele asumirse lo contrario, el concepto, también en español, del mansplainning, esa tendencia masculina a la arrogancia intelectual cuando hay una mujer delante, no figura exactamente así en el exitoso ensayo feminista Los hombres me explican cosas (Capitan Swing), pero ese texto de Rebecca Solnit (Bridgeport, Connecticut, Estados Unidos, 63 años) sí dio carta de naturaleza a una desagradable costumbre que pedía a gritos ser nombrada.

Solnit es una de las feministas más destacadas de Estados Unidos. Es autora de un par de docenas de libros sobre asuntos como el caminar (Wanderlust), la fábula de la Bella Durmiente, el pionero de la imagen en movimiento Eadweard Muybridge o la ciudad de San Francisco, adonde se mudó a finales de los setenta. No todos tratan directamente de feminismo, como el citado Los hombres me explican cosas o sus memorias de formación Recuerdos de mi inexistencia (Lumen), pero sí todos, como sus columnas para el diario británico The Guardian, están atravesados por él.

El jueves pasado, Solnit respondió al teléfono para conversar sobre por qué Estados Unidos ha elegido por segunda vez a un consumado misógino para dirigir sus destinos; sobre la celebración, hoy, del Día Internacional de la Mujer, que podría haber sido el primero con una presidenta en la Casa Blanca; sobre los ataques a la autonomía femenina y al derecho al aborto; o sobre las derivadas machistas de los rincones más oscuros de internet. Ya desde la nada original pregunta con la que empezó la conversación (”¿qué tal se encuentra?”) la escritora dejó claro que no es de esa clase de personas que se guarda sus opiniones: “Todo bien por aquí”, dijo, “salvo por un pequeño detalle; mi país está atravesando una profunda crisis”.

Pregunta. Como alguien que ha escrito extensamente sobre la esperanza y firma sus correos electrónicos con una cita de Walter Benjamin que dice: “Solo por el bien de aquellos que carecen de esperanza que se nos concede la esperanza”... ¿Cómo hace para no perderla en estos tiempos?

Respuesta. La esperanza, para mí, es radicalmente diferente al optimismo. El optimismo es la sensación de que todo irá bien. La esperanza implica que aún hay opciones y que, si las aprovechamos, las cosas mejorarán. Ahora, si me pregunta sobre la situación de las mujeres… no es halagüeña en Estados Unidos. Pienso, por ejemplo, en el recorte de la protección del aborto, aunque no debemos olvidar que no se trata de una regresión mundial. Hay lugares, como México, Argentina e Irlanda, en los que se han producido avances. En el mundo en el que yo nací, en 1961, las mujeres no solo carecíamos de los derechos que tenemos ahora, sino que ni siquiera disponíamos de un lenguaje para hablar sobre la desigualdad, y hace no tanto se nos tenía por personas cuya palabra no era fiable en un juzgado. Así que me parece que el feminismo ha hecho un trabajo asombroso desde que llegué a este planeta. La gente tiende a olvidarlo, porque vivimos en los Estados Unidos de la Amnesia y nadie recuerda nada de lo que pasó hace dos semanas, no digamos hace dos años, o dos décadas... No me parece tan preocupante el hecho de que no hayamos revertido por completo 2.500 años de patriarcado en solo 60 años.

P. Cuando estalló el movimiento del Me Too en 2017, pareció que no habría marcha atrás. Ocho años después, Trump, en cuya campaña dijo que protegería a las mujeres “les guste o no”, es presidente de nuevo. No solo eso: este 8-M podría haber sido el primer 8-M con una mujer en el Despacho Oval…

R. Nunca me engañé pensando que ya estaba hecho. Cada avance necesita ser protegido y defendido, lo cual se logra también recordando que no siempre tuvimos estos derechos y que, por tanto, podemos perderlos. Encuentro alentador pensar que Trump, el Partido Republicano, la ola internacional de misoginia liderada por eso que llamamos “machosfera” y el Internet más reaccionario piensan que logramos cambiar el mundo de maneras que les irritan enormemente y que necesitan revertir. Es terrible y pavoroso, sí, pero para mí también habla de lo mucho que hemos logrado.

P. ¿Entiende de qué exactamente tienen tanto miedo?

R. En este país ha surgido un nuevo culto: el de las personas sorprendentemente obedientes cuando se trata de odiar y de temer lo que les dicen que tienen que odiar y temer esta semana. Nadie tenía miedo de los menores trans hace cinco años. No recuerdo a quién odiaban hace cinco años, pero sí que hace 10 años eran los musulmanes. Tiene algo orwelliano ese odio semanal y obediente. Es un recordatorio de que todo es manipulable y que la extrema derecha domina como nadie ese arte. Me consuela pensar que Trump está haciendo un gran trabajo en unir a la oposición contra él, que crece y se profundiza con cada nueva orden ejecutiva que firma.

Solnit (con sombrero negro) en la Marcha de las Mujeres de San Francisco de 2019.
Solnit (con sombrero negro) en la Marcha de las Mujeres de San Francisco de 2019.Gettyimages

P. Su victoria fue también la de la visión tradicional de los géneros, que el propio presidente remachó en su primer día con un decreto que establecía la existencia exclusivamente del masculino y femenino. ¿Fue una sorpresa para usted?

R. Lo fue. Pensaba que íbamos en otra dirección. Me pareció muy ilustrativo un estudio que salió poco después [de las elecciones] que decía que cuanto más desinformado estabas sobre asuntos como el índice de criminalidad, la inmigración o la economía más probable era que votaras a Trump. Él es un síntoma de la enfermedad de la desinformación. Las redes sociales manipuladas por Elon Musk [X] y Mark Zuckerberg [Meta] son una de sus fuentes. Los medios de la derecha, otra. Tampoco ayudó el espantoso trabajo que hizo la prensa tradicional al cubrir la campaña, normalizando [al candidato republicano], minimizando las amenazas que lanzaba y que ahora está cumpliendo. Creo que tampoco se dice lo suficiente lo estúpidos que son Musk, Trump y, ya puestos, [el vicepresidente] J. D. Vance. En el caso de Musk, hay abundantes pruebas: basta mirar su Twitter, que sé que se supone que debo llamar X, pero no quiero. Está lleno de teorías conspirativas. Hasta su herramienta de IA [Grok] lo define como fuente de desinformación. Solía estar orgullosa de haber vivido la mayor parte de mi vida en la Bahía de San Francisco, la tierra de la liberación gay, la poesía experimental y el movimiento ambientalista. Ahora somos un sinónimo de Silicon Valley, que causa un gran daño, no solo en Estados Unidos, sino en todo el mundo, y lo hace intencionalmente, porque es rentable difundir odio, desinformación y conspiranoia.

P. Lleva décadas rodeado de ellos… ¿Se esperaba el giro a la derecha de los popes de Silicon Valley y la defensa de alguien como Zuckerberg de la “energía masculina”?

R. Silicon Valley siempre ha sido un nido de hombres, tipos con pocas habilidades sociales, por decirlo de un modo educado. Hay una larga historia de discriminación por sexo o raza en Silicon Valley. La nueva obsesión con la masculinidad de Jeff Bezos y Zuckerberg es una señal de que estas personas que manipulan la información también son víctimas de una manipulación misógina. Una de las cosas que más me ha indignado es ver a los Trump dando la bienvenida a Estados Unidos a [el influencer acusado en Rumania de violación y tráfico de personas] Andrew Tate y a su hermano. También ha sido emocionante comprobar que el fiscal general de Florida se dispuso a procesarlos inmediatamente.

P. ¿Por qué la idea de la machosfera prende sobre todo en hombres muy jóvenes y a qué achaca, según dicen los estudios, que la Generación Z esté más dividida que cualquier otra generación sobre los roles masculino y femenino?

R. Volvemos a la manipulación. Los padres, los educadores y las personas con responsabilidad en los medios no han abordado suficientemente el fenómeno de la radicalización online. En 2016, pasé un tiempo con una experta en seguridad cibernética, y me dijo que, del mismo modo que el ISIS estaba reclutando a sus combatientes en internet (aquella era la gran noticia ese momento), la derecha está alistando a los hombres jóvenes en línea, con la ayuda de podcasters, influencers y gamers. Internet puede ser un lugar muy tóxico para gente de cualquier edad, como demuestra el número de adultos que se han dejado arrastrar por las teorías de conspiración sobre la covid. Pero también fue creado por hombres jóvenes, y, en realidad, para hombres jóvenes; jóvenes blancos, concretamente. Así que ellos son particularmente vulnerables.

La escritora Rebecca Solnit, en mayo de 2013 en Hay-on-Wye (Gales).
La escritora Rebecca Solnit, en mayo de 2013 en Hay-on-Wye (Gales). David Levenson (Getty Images)

P. ¿Entiende que algunos de esos hombres digan que se sienten amenazados por el avance feminista?

R. Sí, aunque me resulta un poco extraño. Son hombres que obviamente malinterpretan el feminismo, y que ven el equilibrio entre sexos como una fórmula de suma cero; si ganan las mujeres, tienen que perder ellos. Deberían darse cuenta que el patriarcado es también destructivo con ellos. Que los conduce a la soledad, a la infelicidad, a la falta de relaciones cercanas, y que de todo eso se derivan problemas de salud mental, básicamente por la miseria en que se sumen al intentar demostrar que son hombres todo el tiempo. Leía hace poco un estudio que decía que a las feministas les gustan más los hombres que a muchas mujeres así consideradas tradicionales. Una feminista no tiene que casarse, ni ser dependiente, ni convivir con maltratadores. Muchas mujeres tradicionales, en cambio, están profundamente resentidas porque no se sienten libres, o al menos no son libres de rechazar el abuso.

P. ¿Sigue el fenómeno de las tradwives, esas jóvenes influencers que defienden los valores tradicionales de la familia y el cuidado de los hijos?

R. Lo conozco, y me parece muy divertido cuando algunas de ellas acaban desenmascaradas, como aquella que fingía ser una madre felizmente casada de una gran cantidad de niños cuando en realidad era soltera, y vivía con sus padres. Por lo demás, me resulta repugnante...

P. En su libro Recuerdos de mi inexistencia, su particular autorretrato de la artista adolescente, cuenta que en el pasado que esas influencers idealizan, a las mujeres se les exigía pasar desapercibidas, sin hacer ruido…

R. Siempre hubo mujeres contra los derechos de las mujeres. En los setenta, teníamos a Phyllis Schlafly, que estaba en contra de la enmienda que garantiza la igualdad de derechos, y se manifestaba contra el aborto. No me sorprende que algunas mujeres piensen que servir al patriarcado es su mejor opción, o que algunas nunca hayan tenido acceso a una visión del mundo que no sea patriarcal. También me gustaría que la gente educada de las costas [de Estados Unidos] entendiera que en ciertas áreas rurales muchas veces no abundan las oportunidades de pensar diferente.

P. ¿Qué opina de ese sector del feminismo que se rebela contra la consideración de las mujeres trans como mujeres?

R. Creo que si estás en contra de los derechos trans, no eres feminista. Ojalá dejáramos de permitirles decir que están a favor de los derechos de las mujeres. Las mujeres trans son mujeres. Hay una pérfida manipulación que pretende que si una mujer trans ha hecho algo malo, todas las mujeres trans lo han hecho. Vivo en San Francisco desde que tenía 18 años, y ya han pasado 45 desde entonces. Esta tal vez sea la ciudad con mayor población trans del mundo. He utilizado un millón de baños públicos en teatros, bibliotecas y estaciones de tren, y nadie que yo conozca ha tenido nunca una “mala experiencia trans”. No entiendo a esas personas, algunas de ellas con un alto perfil y casi todas, feministas proclamadas, que se han aglutinado en torno a un culto que defiende que la mayor amenaza para las mujeres cisgénero son las mujeres trans, cuando la mayor amenaza, si hablamos de violencia y agresión sexual, son los hombres heterosexuales cisgénero. Es como preocuparse por un charco cuando se acerca un tsunami, porque la violencia contra las mujeres sigue siendo la más generalizada de la Humanidad.

P. ¿Diría que está en retroceso?

R. Es una crisis que está tan normalizada por ser tan generalizada que es difícil hacer que la gente la trate como una emergencia. En Estados Unidos, la violencia doméstica ha disminuido mucho, en parte porque la policía ahora hace cumplir la ley. No hace tanto, hasta principios de los noventa, la violación conyugal era legal. Las estadísticas sobre agresión sexual también han disminuido significativamente. Una de las cosas que no mencioné cuando hablamos de la machosfera es la pornografía, que se ha vuelto cada vez más violenta. Mi amiga Peggy Orenstein escribió un artículo sobre la prevalencia del estrangulamiento entre los adultos jóvenes en este país, porque el estrangulamiento se presenta como una parte bastante rutinaria del sexo en la pornografía, cuando, por supuesto, es muy peligroso.

P. En La madre de todas las preguntas, un texto suyo para la revista Harper’s, que luego le sirvió para titular una colección de ensayos, hablaba sobre mujeres sin hijos. En otro sorprendente giro de guion, el movimiento de los pronatalistas, ayudado por un cierto repunte del cristianismo, parece ganar fuerza en Estados Unidos…

R. En muchos países conservadores, se obliga a las mujeres a procrear a base de reducir sus derechos y de ampliar su dependencia de los hombres. Quieren retroceder el reloj 50 o 75 años, cuando teníamos tres o cuatro hijos, pero la realidad económica es muy diferente. Lo que realmente animaría a las mujeres a procrear es que se garantizara la clase de seguridad económica de los países escandinavos. Hay muchas que no son madres porque no encuentran hombres fiables y que las apoyen, y la maternidad soltera es realmente difícil, particularmente en países sin red de protección financiera, como Estados Unidos. Cuando en lugares como Corea del Sur lamentan las bajas tasas de natalidad, siempre olvidan lo urgente: hacer algo para mejorar las condiciones económicas de sus ciudadanas.

P. Y luego está Elon Musk, con sus 13 o, no está del todo claro, 14 hijos.

R. Oh, él es solo un donante de esperma, que va por ahí con su hijo, al que pasea como un símbolo, o un animal de peluche. Probablemente no esté dándole de comer o cantándole una nana por las noches. Seguramente, tendrá a alguien que lo cuide, y será una mujer, a la que devuelve el niño cuando deja de ser un accesorio útil para su patética versión de masculinidad. La semana pasada, mientras él estaba dedicado a sus lunáticos cometidos, una de las mujeres con las que ha tenido hijo, ―[la cantante] Grimes― estaba en Twitter suplicándole que se preocupara por la atención médica de uno de los niños. Eso me recuerda que en inglés “mother” [madre] es también un verbo, que significa “cuidar”. El verbo “father” [padre] solo tiene una acepción: engendrar. Y Musk ha engendrado muchos hijos, pero no parece participar de sus vidas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_