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Reportaje:

Los canarios, confundidos ante la internacionalización del problema del archipiélago

Los canarios asisten asombrados a las declaraciones que unos y otros hacen sobre su europeísmo y sobre su carácter africano. Nadie les ha preguntado a ellos, que se sienten escépticos ante lo que creen que es una manipulación internacional, mientras viven en una situación de desempleo y de vacío político. El pueblo canario, cuyo africanismo ahora se insinúa desde Trípoli y cuyo españolismo se ratifica desde Madrid, ha vivido toda su historia en una encrucijada en la que ha coexistido con las civilizaciones más variadas. Su condición humana responde a esa experiencia. Sobre algunos aspectos de lo que es el canario de hoy, escribe Juan Cruz Ruiz.

En Canarias se han confundido, desde hace algunos años los enviados soviéticos de Sovhispan con las senegalesas que mascan palos verdes y con los árabes que venden baratijas en las zonas turísticas. En medio, los insulares han coexistido sin dificultad con ellos, conscientes de que no son ni de una civilización ni de otra.También han coexistido con los enviados norteamericanos que se suponía que acudían a bordo del yate Apollo para transmitir a la CIA noticias codificadas sobre la situación del archipiélago.

Los norteamericanos animaron entonces los carnavales locales y levantaron más sospechas en la Península que entre los propios habitantes de las islas, habituados a vivir rodeados de agua y de especulaciones sobre su presente y su porvenir histórico.

El canario está habituado al uso que se hace de su identidad geográfica. No extraña por eso que no se haya producido en las islas una reacción fulgurante contra los acuerdos de la OUA relativos a la africanidad del archipiélago. Los insulares saben que ese es sólo un aspecto más de una historia que no adivinan.

El archipiélago está habitado ahora por cerca de millón y medio de personas. En un alto porcentaje, todas tienen antepasados que no nacieron en las islas. La situación de penuria de Canarias ha obligado, por otra parte, a una emigración masiva que en este momento mantiene fuera de las islas a más de medio millón de sus naturales, quienes, por otra parte, no hallarían trabajo si volvieran ahora a sus tierras.

En los años sesenta, los alcaldes bendijeron con la camisa azul una nueva historia de las islas. Arrasaron el campo, con el beneplácito del Gobierno de Madrid, y construyeron hoteles que poco a poco se han ido vaciando o se han ido quedando en manos de un capital extranjero que además no se invierte directamente en obras isleñas.

La invasión turística de los sesenta fue aparejada con una nueva invasión de peninsulares, que se acomodaron en las islas como camareros o como oficinistas. Los peninsulares -los godos- dejaron de ser simplemente ejecutivos de la Administración y representantes omnímodos del poder central para ser también parte constituyente de un proletariado que ahora, como los naturales de Canarias, engrosa las filas de los que no tienen empleo.

La mezcla de las razas no la desconocen los investigadores que rastrean en la raza guanche una parte importante de la historia étnica del canario. Hace unos años un profesor de la Universidad de La Laguna escribió cuatrocientos folios sobre los giros portugueses que se conservan en una zona de Tenerife donde se asentaron lusitanos del siglo XVI. Los apellidos holandeses e irlandeses que hay en distintas zonas de Canarias denotan la existencia de pobladores distintos a los castellanos, tras la conquista del archipiélago. Van de Valle se llama un amigo, de origen canario, del presidente Suárez. José Murphy se llamaba una de las glorias de la historia posguanche de Canarias.

Antes de que surgieran las lecciones de guanche de la emisora del MPAIAC y de que el conflicto saharaui dejara a las islas a las puertas de una incertidumbre internacional, que ha obligado a sus habitantes a buscar desesperadamente nuevas señas de identidad, los insulares investigaron y usaron sus conexiones con la cultura occidental para explicar el origen de una civilización distinta.

La confusión y la desesperación históricas del habitante de las islas son notable. Experimenta lo que sintió Federico García Lorca cuando visitó Cuba, sólo que al revés. Federico García Lorca se asombraba en Cuba de que los negros de aquella isla se consideraran a sí mismos miembros de la raza latina. «Cualquiera que hubiera sido el origen de aquellos hombres -nos decía ayer un libro canario- la asimilación de las costumbres y de una cultura trasplantada de un país latino a un terrtorio americano, los había convertido en ciudadanos a los que era imposible seguir definiendo como africanos. El insular se extraña ahora de que se le considere africano, aunque acepte que Africa es el continente que tiene más cerca y que el sirico del Sahara le afecta cuando se produce en el desierto.»

Los canarios se sienten en medio de una manipulación internacional. La utilización de sus presuntos orígenes étnicos es un argumento más para convertir el archipielago en una pieza cuya naturaleza no adivinan los insulares. Por esa razón muestran un escepticismo total tanto ante las declaraciones africanistas de la OUA como ante las súbitas declaraciones de españolidad de las Canarias que el Gobierno de Madrid hizo tras la firma del acuerdo pesquero con Marruecos y a raíz de las amenazas de la OUA de tomar el acuerdo que se ratificó ayer.

La situación de atraso social y económico de Canarias es un caldo de cultivo para toda la confusión que se está produciendo alrededor de las islas. El habitante de este archipiélago, decía recientemente el intelectual canario Domingo Pérez Minik, «vive bajo y sobre su condición humana de aislamiento. Nunca debe convertirse en un solitario, porque entonces toda la estructura de su existencia civilizada se resquebraja. El hombre insular tiene que asegurarse de la necesidad de estar siempre atento a la historia que se hace alrededor para no dejarse ir por los fáciles caminos de los parroquialismos consagrados».

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