El ascensor como centro de vida: una reforma legal abrirá la puerta de “la libertad” para moverse
Las personas con movilidad reducida esperan con ilusión el cambio normativo para facilitar la instalación de elevadores

Dos jóvenes, a tenor de su ropa deportiva y calzado de montaña, ascienden hacia el monte Arraiz de Bilbao. Lo hacen por Uretamendi, un barrio situado en las faldas de esta elevación de 345 metros. Tomi Sánchez contempla con melancolía esta escena desde la ventana de su salón: “Es aquí adonde me asomo para tomar un poco el aire”. Lleva desde Nochevieja sin salir de casa, salvo por una visita al médico y un funeral a comienzos de mes. Y da gracias a su cuñada, que la recoge en el portal.
Esta mujer de 70 años sufrió polio al poco de nacer. Recibió la vacuna “tarde” y, tras estar ingresada en un sanatorio cuando era niña, la parálisis afectó progresivamente a varias partes de su cuerpo. Ahora se mueve con dificultad por su hogar y en la calle, lo hace subida a una silla de ruedas eléctrica que guarda en un trastero a 200 metros de su portal. “Ya me gustaría guardarla en casa, pero no puedo”, lamenta. Su edificio, en una de las zonas más elevadas de Bilbao, no tiene ascensor. Ella vive en un quinto piso.
Sánchez espera la reforma de las leyes de Dependencia y Discapacidad, que contempla hacer obligatorias las obras de accesibilidad en los edificios de viviendas donde residan personas con discapacidad. Tras su aprobación en el Consejo de Ministros en febrero, acaba de cerrarse el periodo de exposición pública del anteproyecto al que varias asociaciones ya han presentado alegaciones.
En el caso de esta vecina bilbaína, estos cambios llegan tarde. Su reivindicación comenzó hace una década, cuando empezó a plantear la necesidad de un ascensor ya que en el mismo bloque vive una anciana de 93 años y otra persona con esclerosis. “Por fin, todo el vecindario apoya esta obra”, se felicita, aunque matiza: “Antes también lo quería todo el mundo; el problema era el dinero que costaba”. Ahora, la batalla es con los técnicos del Ayuntamiento de Bilbao. “El arquitecto municipal sostiene que, como compartimos el patio trasero con otros dos portales, todos los edificios deberían tener el mismo ascensor. Pero cada portal tiene una estructura diferente, así que es un sinsentido”, valora.
Cada salida, un desafío
Dos calles más arriba vive Graciano García, de 49 años. Desde hace 13 sufre esclerosis múltiple recurrente remitente. Su vivienda está en un segundo piso, pero para acceder al portal tiene que subir medio centenar de escalones. “Es una situación complicada para mí, porque tiemblo mucho al moverme”, explica por teléfono. En ocasiones, pasa temporadas en casa de sus padres, por “miedo a no poder reaccionar” en caso de que tenga algún accidente doméstico.
Ha adaptado su vivienda con barandillas en el pasillo y un plato de ducha. Sin embargo, lo que más le preocupa a García es tener que dejar su casa conforme vaya avanzando su enfermedad: “Mi bloque tampoco tiene ascensor y hace que cada salida sea para mí un desafío”. En su comunidad de propietarios están “luchando” para instalar uno. “Ya hemos presentado todos los permisos necesarios al Ayuntamiento, empezando por el vecino del último piso. Sin embargo, con la Iglesia hemos topado”. Literalmente, porque en los bajos de su edificio hay una parroquia.
“Para la instalación del ascensor es necesario un centímetro más en el foso, que correspondería a su local, pero el párroco no nos ha dado los permisos aún. Es frustrante porque toda la comunidad está de acuerdo en que necesitamos ese ascensor”, se queja. Fuentes de la Diócesis bilbaína aseguran que la parroquia está en conversaciones con el arquitecto para que “el futuro ascensor pueda sea compatible con el uso del local”.
Las situaciones de estos dos vecinos de Bilbao no son excepcionales. En Euskadi, unas 10.000 familias necesitan cambiar de vivienda por problemas de accesibilidad, según la última Encuesta de Familias y Hogares elaborada por el Gobierno vasco. A nivel nacional, 1,8 millones de personas hacen uso del Sistema para la Autonomía y Atención a la Dependencia (SAAD).
“Salir a la calle sin depender de nadie significa participar en la vida social, ir a trabajar o a estudiar, realizar gestiones diarias y disfrutar del ocio en igualdad de condiciones”, explica Javier Gil, director de la Federación Coordinadora de Personas con Discapacidad Física y/u Orgánica de Bizkaia (FEKOOR). Es la solución para “para vivir con dignidad y desarrollar un proyecto de vida independiente”.

La “libertad con mayúsculas” aún tiene que superar el trámite parlamentario. Si lo logra, se eliminarían las mayorías de votos necesarias en las comunidades de propietarios para instalar rampas, ascensores o sillas salvaescaleras siempre que haya personas con movilidad reducida. La reforma va incluso más allá: por ejemplo, si algún vecino sufre una discapacidad auditiva puede pedir la instalación de un videoportero.
De momento, el anteproyecto está estudiando las alegaciones de mejora que las entidades vascas y nacionales han trabajado. “Vemos necesario que haya una línea de ayudas suficiente por parte de los gobiernos para financiar las obras de accesibilidad en edificios residenciales y espacios comunitarios”, propone Gil.
Actualmente, la accesibilidad universal se considera solo un principio inspirador de la norma, es decir, una guía para actuar, pero sin carácter obligatorio. “La Ley de Propiedad Horizontal exige una mayoría en la junta de propietarios para aprobar este tipo de obras. Si no se alcanza, la persona afectada podría costearlas completamente, algo generalmente inasumible. Solo si el gasto es menor a 12 mensualidades de la comunidad, ésta debe pagarlo”, explica este representante de 19 asociaciones y 10.000 personas inscritas.
Con la reforma propuesta, se convertiría en un derecho subjetivo y una obligación para las comunidades, permitiendo a las personas con discapacidad exigirlo legalmente y recurrir a la justicia si no se cumple.
Sánchez tiene claro qué hará cuando su edificio tenga ascensor. Emocionada, señala una de las fotografías que tiene en su salón donde aparece con otra persona de la mano: “Ahora apenas puedo ver a mi pareja, ya que él tiene distrofia muscular de Duchenne. Vive en Barakaldo (Bizkaia, 100.000 habitantes) y para poder quedar dependemos de que alguien nos acompañe”.
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